ANALISIS DE UNA OBRA ESCRITA POR UN SOLDADO DE SAN MARTIN EN 1855

No existen muchos antecedentes bibliográficos de milicianos o soldados que, habiendo participado junto al general José de San Martín en la guerra de la Independencia, hayan escrito obra alguna. Quizás uno pueda retrucar diciendo que algunos oficiales han volcado sus vivencias guerreras en alguna Memoria, tan habitual en aquellos hombres que prácticamente vivieron guerreando sin pausa.

Aquí comentaremos una obra rarísima que tiene por autor a Juan Espinosa, quien se presenta como “Antiguo soldado del Ejército de los Andes”, epígrafe que aparece debajo de una litografía suya hecha en la parisina Imprenta Lemercier por el artista E. Marin, observable en las primeras páginas de la obra en cuestión que se titula Diccionario para el Pueblo: Republicano Democrático, Moral, Político y Filosófico. También se encuentra, dentro del conjunto, la firma autógrafa del escritor. El trabajo fue editado en Lima, Perú, en el año 1855 por la Imprenta del Pueblo, y consta de 852 páginas, algo que nos hace presumir una compilación de años por parte del autor.

Elías Valderrama, en una nota perdida del año 1926, señala que Espinosa, después de luchar en las filas de los ejércitos sanmartinianos, debió refugiarse en tierras del Perú, de allí la aparición en su ciudad capital del libro que evocamos. Pero a pesar de tener que salvar el pellejo de una muerte segura –magro destino de casi todos los que han intentado hacer algo por la soberanía  de América-, Espinosa no se guardó aquel pasado glorioso, sino que, muy por el contrario, presentó sus credenciales al inicio del libro como soldado del Ejército de los Andes.

No hay datos que adviertan el número de obras editadas en la tirada, ni tampoco si hubieron otras impresiones posteriores. Quizás con algo de prejuicio, creeríamos que existió una única edición y que el soldado heroico Espinosa no tuvo el dinero suficiente como para bancar una edición grande o copiosa. Esta conclusión, se desprende de lo que afirma Espinosa en la página 7, al agradecer los aportes en dinero del “esclarecido ciudadano” Domingo Elías, sin cuya ayuda

“no habría yo podido dar cima a la ardua empresa de publicar este libro, tan costoso para mis débiles recursos.”

De modo, que encontrar un ejemplar del Diccionario para el Pueblo… es una auténtica rareza. El nombrado Valderrama afirmaba, a propósito de lo dicho: “En un remate de libros viejos, en Santiago de Chile, salió a la venta un ejemplar de esta obra rarísima, comprada a precio de papel usado. Aquí está. Creemos –sin afirmarlo- que es el único ejemplar que existe en nuestro país”.[1] El que suscribe esta nota puede bien refutar al cronista Valderrama, pues en el lugar donde se emplea –una biblioteca gremial de Buenos Aires- hay en el inventario un ejemplar del Diccionario para el Pueblo… de don Juan Espinosa. El mismo fue adquirido a un librero de Palermo llamado Carlos Aquino, allá por el año 2015 o 2016.[2]

Se dice que la obra de Espinosa se parece en algunos pasajes al ordenamiento del Diccionario Filosófico de Voltaire (1764), y algo a destacar son las numerosas referencias que hay en el interior del libro de la palabra “pueblo”: en el título, en el nombre de la imprenta donde fue editado y, en definitiva, en el espíritu con que fue escrito y dedicado, esto es, para comprensión y entendimiento del hombre pueblerino.

En la “Advertencia”, a modo de prólogo, Juan Espinosa manifiesta que se comunicó con sus amigos para darles la novedad de que iba a redactar el Diccionario impulsado, tanto como ellos, “por el mismo amor al pueblo” que sentían, razón suficiente para que sus amistades lo ayuden con el aporte de “algunos artículos especiales”.

A su vez, Espinosa quiere ejercer un poco de docencia no cientificista, cuando dice que “Este Diccionario, como todos, no es para enseñar ciencia, sino para dar ideas sobre las cosas que más interesan al pueblo: sus doctrinas están sujetas a controversia; yo no las impongo, las expongo nomás, el que quiera, sígalas, el que no, desdéñelas”.[3]

Otras referencias al pueblo las vemos en la dedicatoria del libro, que hace lógicamente…al pueblo. La idea central del Diccionario radica en ser una especie de guía para filtrar aquellas “ideas pervertidas” en las cuales pueda llegar a caer el ciudadano común y corriente.

Cuando Espinosa menciona el corrosivo avance de esas ideas subvertidas que tanto daño causan al pueblo, esa instancia la compara, en clave metafórica, con la ignorancia de los pompeyanos que, a la primera erupción del volcán Vesubio, no comprendieron el cartel o pilar que un anónimo había puesto frente al pueblo y que decía: “¡Posteridad, posteridad, se trata de tu bien!”[4]. Por eso, fue tarde para reaccionar cuando tras algunas erupciones posteriores el Vesubio sepultó con su lava infernal “labranzas, casas, familias enteras”, hoy verdadero paraíso petrificado con que el turismo satisface su curiosidad. De allí, entonces, la conclusión a la que llega Espinosa, cuando escribe:

“En el borde de la erupción de errores, que si no se pusiera remedio sepultarían uno tras otro los derechos sociales del hombre, he querido levantar este humilde libro, como el pilar del Vesubio, escrito para ti, Pueblo: haz caso de los avisos que contiene, porque “SE TRATA DE TU BIEN!”.”[5]   

En la página 507, define a la “Francmasonería” con términos dudosamente benévolos, aunque en una parte se refiere a los diferentes rituales que practican como “las morisquetas que cada grado tiene”, y cuando describe que para los masones “el género humano yace, según ellos, en las tinieblas” agrega, con justeza, que “Esto no obsta, sin embargo, para que entre ellos [los masones] haya algunos tontos y que no falten pillos; que de todo ha de haber en la viña del Señor”. Y como una última referencia del Diccionario para el Pueblo…, publicaremos los distintos empleos que hacen del “Tiempo” las razas y pueblos del orbe, según el punto de vista de Espinosa:

“El inglés pone precio al tiempo, el alemán lo emplea con pausa, el francés lo precipita, el napolitano lo disipa, el turco lo emplea en fumar, el genovés en llenar el granero, el yankee en emprender, el portugués en contar reis.”[6] 

EL SOLDADO JUAN ESPINOSA 

Para el final, van algunos datos biográficos de Juan Espinosa. Había nacido en Montevideo, entonces provincia de la Banda Oriental, el 16 de septiembre de 1804, siendo hijo de un general español, don José Espinosa, que se caracterizó por ser un excelso coleccionista de mapas antiguos.

Juan Espinosa se instaló junto a sus padres en Buenos Aires tres años más tarde. A la tierna edad de 12 años, se fue a Mendoza para enrolarse en las filas del Ejército de los Andes, y como tal actuó en las batallas disputadas en territorio chileno de Chacabuco (12 de febrero de 1817), Cancha Rayada (16 de marzo de 1818) y Maipú (5 de abril de 1818) a las órdenes de San Martín y como soldado del Batallón 8 de Infantería.

Hacia 1820, fue ascendido a oficial, y un bienio más adelante se halló combatiendo en Riobamba, Ecuador (21 de abril de 1822). Su impronta guerrera la vemos incluso en Quito, Ecuador, formando parte de los ejércitos que estaban bajo el mando del general altoperuano Andrés Santa Cruz.

Se trasladó por poco tiempo a Perú, donde, en enero de 1823, se batió en las refriegas de Torata y Moquegua (19 y 21 de enero de 1823, respectivamente), e incluso estuvo al lado del mariscal Antonio Sucre en la defensa de la fortaleza del Callao. También asistió a la batalla de Ayacucho, en 1824, y al año siguiente partió hacia Bolivia donde hizo toda la campaña, para luego retornar al Perú donde se reincorporó, con el grado de Capitán, en el Ejército Sitiador del Callao bajo el mando del coronel Prieto.

Promovido a teniente coronel por Simón Bolívar, de Perú se fue a Chile y de éste viajó nuevamente al Perú donde, según vemos, tomó parte activa en una campaña militar al sur de este país que le ganó su destierro a la ciudad de Valparaíso, Chile. Pero regresó al Perú ocho meses más tarde, fijando en esas tierras su residencia definitiva hasta el final de sus días.

Su nombre estaba tan laureado y reconocido, que el presidente de Perú, mariscal Ramón Castilla, lo nombró a Espinosa como Inspector General del Ejército de esa nación, y en 1857 se lo designaría para la organización de la prefectura de Ayacucho, como así mismo en la Comandancia General de ésta, Junín y Huancavélica.

Nueve años luego (1866), Espinosa ya revistaba como Coronel y subsecretario del Ministerio de Guerra peruano, investidura con la que tuvo una última intervención armada contra una escuadra enemiga “que bombardeó el 2 de mayo de 1866 las fortalezas del Callao”.[7] Durante su estadía en Perú, nuestro semblanteado personaje se dedicó a la escritura de varios libros, entre ellos el aquí analizado.

Don Juan Espinosa, con toda una vida al servicio de las armas americanas, vio el ocaso en Ancón, República de Perú, el 21 de septiembre de 1871.

Por Gabriel O. Turone

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Notas:

[1] Valderrama, Elías. “A través de los libros raros. El diccionario republicano de un soldado de San Martín”, El Hogar, Abril de 1926, página 21.

[2] El ejemplar se encuentra en la vitrina 17 de la Biblioteca “Felipe Gallardo” de la Escuela Político Sindical y Hotel UATRE, siendo el tercer volumen más antiguo existente en ese recinto. Aquino falleció a principios de julio de 2021, según hemos tomado conocimiento.

[3] Espinosa, Juan. “Diccionario para el Pueblo: Republicano Democrático, Moral, Político y Filosófico”, Imprenta del Pueblo, Lima, 1855, página 3.

[4] En latín antiguo “¡Posteri, posteri, vestra res agitur!”.

[5] Espinosa, Juan. Op. cit., página 5.

[6] Espinosa, Juan. Op. cit., página 834.

[7] Cutolo, Vicente Osvaldo. “Nuevo Diccionario Biográfico Argentino”, Tomo II, C-E, Editorial Elche, Buenos Aires, 1969, páginas 699 y 700.

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