La ciudad balnearia o costera de Mar del Plata, en la provincia de Buenos Aires, posee una larga tradición relacionada a la industria de la pesca y sus derivados, transformándose en una importantísima fuente de trabajo para los lugareños. Además, ha sido el sueño hecho realidad de un puñado de italianos que, con ambición de pioneros, se avino a la costa atlántica para forjar toda una cultura que en pleno siglo XXI sigue firme y le da una impronta inconfundible a “La Feliz”.
Apellidos tales como Pennisi, Mellino, Puglisi, Greco o Di Leva, por sugerir algunos, emigraron hacia la Argentina entre los años del Centenario y la pos Segunda Guerra Mundial, con un inmenso bagaje marítimo que no dudaron en implementar en las costas vírgenes del Mar Argentino. No lo hicieron en soledad: como buenos católicos, esas familias italianas encomendaron su suerte a la Virgen de La Scala, invocación que trajeron desde la isla de Sicilia y que obró en varios milagros que, tradición mediante, prefirieron continuara en suelo americano.
LA VIRGEN DE LA SCALA
Frente al muelle donde descansan de sus fatigas los botes pesqueros en el puerto marplatense, una placa de mármol señala algunos aspectos de esta veneración, de la que admiten tiene una antigüedad de “cuatro siglos”. El público que a lo largo de tanto tiempo ha recibido la “intercesión de su querida patrona, LA VIRGEN DE LA SCALA” han sido “hombres y mujeres con un bajo nivel de estudios dedicados a la pesca y a la crianza de sus hijos, pero con una fe desmesurada”, reza la placa aludida.
Vemos que la Virgen atendió la súplica de los creyentes en dos acontecimientos ocurrido en la isla de Sicilia, el primero de ellos en el año 1669 con la erupción del aún activo volcán Etna y, el segundo hecho, el 28 de diciembre de 1908 durante un terrible maremoto y terremoto que asoló la ciudad portuaria de Messina y sus adyacencias con decenas de miles de muertos y daños cuantiosos.[1]
Algunos estimaron entre 70 y 80 mil los muertos que quedaron sepultados bajo los escombros tras el temblor, cuyo primer impacto aconteció “a las 5:20 pm” del día señalado. El ejército italiano se encargó de sepultar en masa todos los cadáveres que arrojó el estrépito, mientras que, en medio del caos, asumió las funciones de mando supremo el general Francisco Mazza (1841-1924).
En búsqueda de alguna protección divina, los sicilianos encomendaron su suerte a la Virgen, a quien le hicieron una imagen “para venerarla y darle gracias por todos los favores recibidos” luego del desastre natural de 1908. La mayoría de los afectados eran habitantes del pueblo costero Santa María La Scala (Acireale), cercano a Catania, en Sicilia, por eso fueron ellos los que decidieron venerar a Santa María La Scala o Virgen de La Scala, y autodenominarse, por lo mismo, con el mote de “Scalotos”.
Diversos acontecimientos europeos empujaron a estas pobres pero trabajadoras familias de Sicilia a emprender un viaje a la Argentina. Fue cuando a una fenomenal crisis económica le siguió el estallido de la Primera Guerra Mundial, y, tras esta última, una mayor profundización del malestar en toda Italia.
Para entonces, los sicilianos traían consigo el espíritu de la Festividad que dedicaban a la Virgen de La Scala, llena de cantos, jocosidades y labores marítimas, las cuales celebraban en su tierra natal y trasladaban al Nuevo Mundo. En Mar del Plata, aquellos pescadores continuaron cimentando su esfuerzo y profundizando sus bellas tradiciones mediterráneas, y sería “el último domingo de agosto de 1950” el momento histórico en el cual se festejó, por primera vez en nuestro país, tal conmemoración religiosa “en honor a su Madre; y solo dos años más tarde, la primera procesión”.
“La Perla del Plata” empezó a tener desde entonces un perfil de “Ciudad marítima laboral”, donde términos tales como redes, salazón, fileteado, mar adentro, tormentas, etc., pasaron a ser parte de la cotidianidad en el habla de sus habitantes. Dentro de esa novedosa silueta ciudadana,
“Los numerosos inmigrantes, especialmente los italianos, junto a las penas y añoranzas trasladaron costumbres, formas de trabajo y tradiciones, en las que el mar cumple un papel principal. Las procesiones náuticas entrelazan la búsqueda de protección y las oportunidades para el encuentro y la solidaridad. Si el océano era la inmensidad que los separaba de su tierra natal, el mar se configuró como un lugar de memorias, una parte fundamental en el proceso de elaboración de sus identidades grupales.”[2]
DON ANTONINO “CHICHILO” DI LEVA
Atrás había quedado la avalancha inmigratoria que se extendió desde 1870 hasta 1920. Sin embargo, nuevos hijos de Europa desembarcarían en nuestras costas tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial, acuciados por el hambre, el desempleo y la destrucción de sus pueblos y ciudades.
La República Argentina, merced a su inherente gesto humanitario, abría una vez más sus brazos fraternales para recibirlos, y bajo esas condiciones hizo su entrada, el 8 de junio de 1947, don Antonino Di Leva procedente de Sicilia, a quien ya conocían sus paisanos con el apodo de “Chichilo”. Lo hizo a bordo del vapor <<Campana>>, dejando tras de sí parte de su familia, el recuerdo de sus travesías marítimas, la caricia del viento que soplaba sobre las costas del indomable mar Mediterráneo, aquel paisaje del que vivían tanto él como sus coterráneos en esa lucha que se libraba diariamente entre el hombre y la naturaleza.
En su nuevo hábitat, Di Leva comenzó “como un simple pescador ambulante en el barrio del Once de la Capital Federal, para más tarde tener “su” puesto en Plaza Miserere”, tiempos, estos últimos, en que ya sus especialidades de anchoa y magrú[3] deleitaban paladares en la Mar del Plata del copioso turismo sindical. Solía manifestar “Chichilo” que aquella región costera le hacía evocar algunos paisajes de su lejana Italia, por eso, con buen tino, un día decidió radicarse a “La Perla del Plata”, a la que tenía en muy alta estima, desde que opinaba que aquí “tenía el mar cerca y los peces a mano”.
Aquellos fueron almanaques de bolsillos llenos para el hombre de trabajo, con vacaciones aseguradas, costos para nada elevados y divertimentos al por mayor. Hubo una masividad tal en Mar del Plata, que el sueño del negocio propio se apropió de la mente de Di Leva, sueño que finalmente hubo de concretarse en el año 1950 con la apertura del histórico primer local de ventas “Chichilo”, en el centro comercial de restaurantes del puerto.
Desde entonces, “Chichilo” se ha convertido, gracias a la frescura de sus productos de mar, en “un emblema de la gastronomía local” así como un sinónimo ineludible del puerto marplatense. Antes de la aparición del restaurante propiamente dicho, ese primer local consistía en un negocio donde los clientes iban y compraban pescados para cocinarlos en sus hogares, siendo de tan buena calidad que la firma “Chichilo” empezó una trayectoria ascendente en las décadas de 1970 y 1980 que consolidó una marca y gestó una impronta imbatible al paso de los años.
Por sus mesas pasaron personalidades famosas, desde artistas, gente del mundo del espectáculo, dirigentes políticos, deportistas consagrados y todo aquel que, en su paso por “La Feliz”, deseaba engolfarse con unas buenas paellas o cazuelas de mariscos de “Chichilo”. Después de la etapa gregaria, fundacional, Di Leva continuó con algunas innovaciones más en la zona portuaria, como la de “incorporar “pescados fritos” para una picada al paso”.
La familia de Antonino Di Leva fue creciendo, así llegaron hijos y nietos que continuaron con la culinaria tradición de aquel siciliano que decidió venir a la Argentina con todas sus costumbres de ultramar. En el sabroso historial de “Chichilo”, se guarda memoria de cuando Di Leva conoció al doctor René Favaloro en el año 1972. Y todo porque este hombre de ciencia era un comensal habitué de los frutos de mar que se servían en la casa comercial, por eso mismo, el 11 de diciembre de 1998, fecha en que fue inaugurado el segundo local gastronómico de “Chichilo” –este sí, restaurante desde un primer momento-, además de su dueño hizo uso de la palabra el recordado Favaloro ante numerosa concurrencia.
Don Antonino Di Leva, digno hijo de Sicilia que se convirtió en un ícono de la gastronomía nacional, falleció a los 87 años de edad, el 9 de agosto de 2016. Ya estaba retirado de la actividad, que había dejado en mano de sus hijos. La firma por él creada contaba, además, con tres embarcaciones propias que se adentraban en el mar para extraer las materias primas que luego se servían para alegría y satisfacción de los clientes.
Todavía hoy, ya entrados en el siglo XXI, “Chichilo” no solamente es un nombre y una marca registrada de Mar del Plata, sino que una tradición que se mantiene de generación en generación cual “legado que perdurará a través del tiempo”, como se lee en uno de sus lemas. Y no está mal.
Por Gabriel O. Turone
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Bibliografía:
- Pastoriza, Lila. “Un mar de memoria. Historias e imágenes de Mar del Plata”, Edhasa, Buenos Aires, 2009.
- “Quando se dão os terremotos”, Pelo Mundo, Año 2, Empreza de Publicações Modernas, Río de Janeiro, noviembre de 1923.
- “Terremoto de Messina”, Pelo Mundo, Año 2, Empreza de Publicações Modernas, Río de Janeiro, enero de 1924.
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Notas:
[1] Una publicación de Brasil reportó que en Italia ocurrieron unos 5992 terremotos entre los años 1890 y 1910, señalando el de Messina como uno de los más devastadores. Para recordar a las víctimas del siniestro natural, se le confirió al escultor Vito Pardo un monumento que fue ubicado en el cementerio de Messina.
[2] Pastoriza, Lila. “Un mar de memoria. Historias e imágenes de Mar del Plata”, página 28.
[3] Denominación con que también se conoce a la caballa.
Gracias por el recuerdo. FORZA ITALIA!!! FUERZA ARGENTINA!!!