CORRUPCION EN EL PLATA EN 1778 (NO APRENDIMOS NADA)

Hacia junio de 1778, y de paso por Buenos Aires, el cura portugués R. P. Pedro Pereira Fernandes de Mesquita dio a conocer algunas impresiones que le causaron el puerto y su vida cotidiana en tiempos del virrey Pedro Cevallos. En esos escritos vertidos por el padre Pereira, abundan datos sobre economía, geografía, clima, población, religión y política. Todo está contenido en 64 páginas y varios subtítulos que hacen más amena la lectura.

El contexto en que fueron hechas las descripciones influyeron, en alguna medida, en el escritor, pues era muy reciente la finalización de la disputa por la ciudad de Colonia del Sacramento (febrero de 1777), fundada primigeniamente por los portugueses –como avanzada para una posible expansión al Plata-, y que luego pasó definitivamente a manos de España por intermediación del virrey Cevallos. Por eso mismo, es de esperar algunas anotaciones un tanto peyorativas, y hasta exageradas, respecto a cómo se administraba el Virreinato del Río de la Plata cuando el religioso portugués anduvo por estos lares, es decir, manifestando encubiertamente su encono y hasta recelo.

En 1980, la Academia Nacional de la Historia publicó aquellas anotaciones en una cartilla que dio en llamar Relación de la Conquista de la Colonia por D. Pedro de Cevallos y descripción de la ciudad de Buenos Aires, cuya edición patrocinó el municipio capitalino en ocasión de conmemorarse el VI Congreso Internacional de Historia de América. No obstante, hay un subtema que hace alusión a la falta de justicia que imperaba en esos tiempos, y que, trayéndolo al presente siglo XXI, no hace más que corroborar una lamentable y sostenida continuidad.

El padre Pereira narra cuatro episodios donde los ramplones, cómplices y asesinos resultaron beneficiados, merced, claro, a un aparato judicial carente de ética, moral y probidad. Acá, durante los siglos XX y XXI, habrían continuar esas vergüenzas: porque ni Menem, Alfonsín, Franco Macri, Dromi, Manzano, Martínez de Hoz, Cavallo, Néstor Kirchner, Cristina Fernández, Duhalde, Firmenich, Zavala Ortiz, Angeloz, Nosiglia, Lenicov, De la Rúa, Rubén Beraja, Aníbal Fernández, Lázaro Báez, De Vido, Milagro Sala, Boudou, D’Elía, Grosso, Ibarra, López Murphy, Alfonsín, Oyarbide, Zaffaroni, Verbitsky, Bulgheroni, Alemann, Massera, Sarmiento, Mitre y Enrique Yateman, por sugerir apenas un puñado de nombres, recibieron la justa sentencia de los jueces por haber mancillado, corrompido, robado y traicionado a la nación.

En casi 250 años de historia, nada hemos aprendido. A continuación, la transcripción de los malos ejemplos anotados por el padre Pereira en 1778, los cuales siguen un derrotero implacable y sin fisuras…por los siglos de los siglos:

1) Una mujer casada que andaba amancebada con otro hombre pretendió deshacerse del propio marido, y convidó al amigo para que lo matase, y que a cierta hora de la noche se abriría la puerta para que pudiese hacer la ejecución. En la noche determinada llegó el amigo y golpeó suavemente la puerta; la mujer, que lo esperaba, mandó a una esclava suya que abriese la puerta y que guiase a quien a ella se hallaba hasta el aposento donde ambos estaban en una cama, y el marido dormía. Así lo hizo la esclava, y en la propia cama, a puñaladas, lo hicieron dormir eternamente.

Se descubrió el delito y huyó el matador, y fueron presas la mujer y la esclava; se probó plenamente la culpa de esta infame traidora y aunque había parte y ésta fuertemente la perseguía, como hubo quien por ella quisiese gastar algunos reales, fue absuelta y puesta otra vez en la calle, y la esclava ahorcada. (Relación de la Conquista…, página 46)

2) En el camino de la Villa del Luján salieron tres vagos al encuentro de un viejo que por allí andaba vendiendo algunas cositas (y estaba) con sus alforjas, le dieron con unas bolas (boleadoras) en la cabeza; creyendo lo dejaban muerto, le llevaron las alforjas con un valor de 300 pesos. Volviendo en sí el viejo, se refugió en la primera estancia que vio, quejándose del robo, y diciendo quiénes eran los ladrones; fueron dos de ellos agarrados con lo robado en las manos; y siendo llevados ante el alcalde confesaron de plano su delito, y que su intención fuera matar al viejo y que les pesaba no haberlo degollado, para que no se quejase. Entró el viejo a acusarlos y al final fueron sueltos, y a él se le hizo necesario ausentarse, para que no le quitasen la vida por haberlos acusado. (Op. cit., páginas 46 y 47)

3) Un hombre pobre que vivía de criar gallinas, y éstas se aquerenciaron en una higuera que tenía en su quinta, oyó una noche que ellas corrían despavoridas; salió el dueño con un palo en la mano y halló a un vecino en la higuera, agarrando gallinas y metiéndolas en una bolsa; le dio (entonces) algunos garrotazos, le rompió la cabeza y le quitó las gallinas. Al otro día fueron ambos a quejarse a la justicia; uno del robo y el otro de la herida, y ambos fueron presos y encausados; pero como el dueño de las gallinas era pobre, le pidieron fianza para las costas. Este dio por fiador a un compadre y después de varias instancias dictaron sentencia los alcaldes: Que absolvían al dueño de las gallinas del delito de haberle quebrado la cabeza al otro, en razón de haber probado lo encontrara trepado en la higuera de su quinta robándole sus gallinas, pero que quedase preso y (también) su compadre y fiador hasta que pagase las costas (del juicio), que no eran pequeñas, y que fuese suelto el ladrón, pero que quedase advertido para no robar más gallinas, bajo pena de ser castigado. No daría mejor fallo el gran Sancho Panza, gobernador de la ínsula Barataria. (Op. cit., página 47)

4) Encontrábase preso un pobre hombre por andar fuera de hora en la calle: salió un día encadenado con otros presos a trabajar en la orilla del río; encontrándose los guardias descuidados, se soltó de la cadena, y aprovechó de un caballo que halló a la mano, disparó en él para ponerse a salvo. Después de haber corrido cerca de media legua encontró a un amigo a quien contó el suceso y le pidió no dijese a nadie haberlo encontrado, lo que así prometió el dicho amigo; pero en cuanto salió de allí encontró al dueño del caballo y le dijo haber encontrado a un preso huyendo en su caballo y que si lo quería agarrar fuese siguiendo el camino de la Recoleta. Como el tal dueño del caballo estaba montado, tomó una escopeta cargada y siguió a toda carrera; topándose con el preso echóse el arma a la cara para dispararle. El pobre, viéndose perseguido, gritó pidiéndole que no lo matase, que él le daba el caballo, e inmediatamente saltó de dicho caballo sobre una cerca espinosa para refugiarse en una quinta, al tiempo que el otro le disparó el arma y le despedazó la cabeza, dejándolo muerto, sobre la misma cerca. Tomando su caballo se volvió a su casa, y el muerto fue llevado al Cementerio de la Recoleta; el matador, como tenía sus reales que gastar, se puso a pasear como si nada hubiera hecho. Es de hacer notar que los caballos aquí son de tan poco valor que habitualmente los venden cuando son buenos a dos pesos, y casi se tienen como bienes comunes por la multitud que hay de ellos por aquí. (Op. cit., páginas 47 y 48)

Por Gabriel O. Turone


Imagen de la portada: “Plano de la ciudad y plaza de la S.S. Trinidad Puerto de S. María de Buenos Ayres”, correspondiente al año 1782, extraído del sitio web del GCBA, sección Mapas Históricos, Subsecretaría de Cartografía y Planeamiento, Ministerio de Desarrollo Urbano y Transporte del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

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