Todos los que han sobrevivido a Moreira, muerto en su ley el 30 de abril de 1874 en Lobos, brindan pésimas opiniones sobre el tratamiento que sobre él le ha dado el novelista Eduardo Gutiérrez en su famosa obra Juan Moreira, del año 1880. Por suerte, antes de que sus contemporáneos más cercanos vean el ocaso, ofrecieron algunas olvidadas entrevistas y testimonios donde pudieron descargar no solamente su bronca sino, también, un acercamiento objetivo hacia ciertos episodios que envolvieron al mítico gaucho levantisco y, por qué no, también a ellos mismos, sus allegados.
Una madeja de datos inciertos sobrevuela la historia de Juan Moreira, pues todavía no se puede verificar su fecha exacta de nacimiento, el nombre de su esposa, la cantidad de hijos que tuvo y el por qué se inició entre pendencieros y pulperías de la campaña bonaerense. Hay varios factores que incidieron para que no tengamos precisiones sobre Moreira, quizás el más importante y lamentable de ellos surgido de la pluma de Gutiérrez, como se ha dicho.
“Si juzgáramos al personaje por el novelesco relato de Eduardo Gutiérrez –dice una crónica de 1924-, justificaríamos su conducta en el instante que principia su vida dramática. En ese relato preséntase el pasado del gaucho con rasgos generosos: entregado al amor de los suyos y al cuidado de su tropilla”. Una cosa no da derecho a otra. El que suscribe se ha encontrado con personajes ya entrado en años de Navarro, uno de sus lugares de andanzas, los cuales coincidieron en que, antes de los crímenes, Moreira era una persona laboriosa, de trabajo, de gauchesca solidaridad, pero que tronchó esa corrección cuando se metió en el bajo mundo de la política, contaminada, por esos años, de borrascas mitristas y alsinistas.
Por eso, la publicación sostiene que, sin interesar la personalidad dual que tuvo Moreira, esto es, antes y después de involucrarse en los grises escondrijos de la política del cuchillo y el arrebato,
“el pueblo guarda en su corazón cierto culto cariñoso por Juan Moreira, a pesar de tener conciencia de sus crímenes y de cuanta siniestra aventura hacíale temible y al mismo tiempo figura pintoresca, en torno de la cual palpitaban aspectos deliciosos de la vida campera.”[1]
Desde la perspectiva señalada, Moreira entra a tallar en los matices de la incertidumbre, porque fue bueno y malo en partes iguales, y desde esa tesitura ambivalente se lo intentó retratar póstumamente, sin que se lleguen a acordar precisiones objetivas, fundadas en los documentos oficiales o los testimonios de quienes sí lo conocieron y trataron, para alcanzar, de esa manera, un mejor entendimiento del personaje y su mundo contextual.
ANDREA SANTILLAN: LA ESPOSA DEL GAUCHO
Se ha dado por cierto que la esposa de Moreira se llamaba “Vicenta”, versión llevada incluso a la poesía, como aquella que fuera publicada en el año 1899 por Horacio del Bosque bajo el título Juan Moreira. Historia de su vida trágica escrita en versos. El equívoco despunta ya en los primeros versos del trabajo, que así dicen:
“El célebre Juan Moreira
á Vicenta ha conocido
y en la paisana ha advertido
una hermosura sin par…”[2]
Queda desmentido en varias crónicas que la esposa de Moreira se llamara Vicenta. Su nombre real era Andrea Santillán, aunque Julián Andrade, el más recordado compañero de aventuras de aquél, sentenció que el nombre completo era “Vicenta Andrea Villarroel”, tal como lo afirmaba en una entrevista que le hicieron hacia 1928. En su veteranía, un cronista le preguntó a Andrés Chirino, el matador de Moreira, qué sabía acerca de “Vicenta”, la esposa del famoso gaucho, a lo que respondió con aplomo que “Yo he conocido mucho a la familia, señor…y la conozco. La mujer se llama Andrea y no Vicenta”.
En efecto, doña Andrea Santillán era oriunda de Navarro, provincia de Buenos Aires, nacida en 1849, durante las postrimerías de la época de Rosas, y vivía en un solar que se hallaba en la esquina suroeste de la intersección de las calles 24 y 131. Situado a tres cuadras del cementerio del pueblo, el predio fue tirado abajo y desde hace muchos años está ocupado por transformadores de la empresa de electricidad ET Navarro.
La madre de Andrea era una ex cautiva de piel morena, y el padre oriundo de la provincia de Santiago del Estero, llamado Francisco “Pancho” Santillán y esquilador de oficio. La hija de ambos, pues, se trató de una auténtica matrona de su tiempo que había visto en Moreira a “un muchacho trabajador y honesto” que le dispensaba mucho cariño. Ambos contrajeron nupcias en el incipiente caserío de San Justo, provincia de Buenos Aires, y es probable que hayan pasado algunos años en alguna vivienda en la localidad de Morón o en el extenso Partido de La Matanza. De todos modos, no fue nada fácil la vida de esta mujer al lado de Juan Moreira, lo que tampoco verifica que éste haya estado muy presente en el hogar familiar habida cuenta de las correrías y persecuciones de que fue protagonista y objeto en vida.
El hecho de que Andrea Santillán no haya descuidado la educación y el crecimiento de sus retoños, que eran tres en total, en ausencia de su esposo y tras la muerte de él en 1874, la hacen merecedora de los más dignos elogios. Chirino ha dicho que un año antes de darle muerte a Moreira (1873), Santillán y sus hijos se fueron a vivir a Buenos Aires para que ella trabajara como mucama o ama de llaves en el hogar que ocupaba el matrimonio compuesto por Ángel Aguilar y Rosario Souza de Aguilar, gracias a la recomendación que le hiciera un hermano de Ángel, don Adeodato Aguilar, a la sazón Comandante Militar de Navarro, y, por lo mismo, gran conocedor de la familia Moreira-Santillán. Otra alma piadosa de Andrea Santillán y sus críos fue el cura párroco de Navarro, Francisco Savino, “a quien la atribulada esposa consultó sobre si debía seguir o no al padre de sus hijos, que quería llevarla a los toldos de Coliqueo, donde él había hallado un refugio”, sostuvo Chirino a principios del siglo XX.[3]
Tras cundir la noticia del asesinato de Moreira, ese mismo 30 de abril de 1874 a las “8 de la noche, una comisión de vecinos” de Navarro solicita al Juez de Paz de Lobos, por intermedio del ciudadano Martín Díaz, el cadáver de Juan Moreira “a fin de dar sepultura en este punto, lugar donde ha cometido sus crímenes”. No existen mayores detalles –como ser una nómina o lista- de esos vecinos navarrenses que clamaban por los despojos del occiso para darle cristiana sepultura, lo cual, no obstante, bien puede sugerir la idea de que, entre los solicitantes, pudo hallarse su cónyuge Andrea Santillán, si bien ella ya se había ido a Buenos Aires con sus hijos.
Es fácil adivinar los motivos que llevaron a Santillán a irse de Navarro en 1873, porque que su esposo ya hacía mucho tiempo vivía fugando de casa en casa, de pago en pago como salteador rural. En el solar del matrimonio Aguilar-Souza, que quedaba en la antigua calle Victoria 686 –luego modificada a 1586/88-[4], la esposa de Moreira tuvo por vecino al mayor del Ejército Argentino, don Miguel Guido Spano, primogénito del distinguido poeta Carlos Guido Spano. Se presume que, en este oficio de ama de llaves, Andrea Santillán trabajó para la misma familia desde 1873 hasta 1901, lo que nos hace pensar en la dignidad de esta señora.
Y el mote de digna se hace extensivo al no haber caído Santillán bajo la lucrativa extorsión de algunos empresarios de circo[5] que, tergiversando la memoria de su finado esposo, quisieron contratarla como número estrella o algo así, porque “Honró siempre la memoria de Moreira que no consideró malo sino un hombre desgraciado por las circunstancias…”.[6] Esta postura es defendida hasta por Chirino, lo cual es mucho decir.
Doña Andrea Santillán aparece hacia 1910 retratada para una imagen que se hizo sacar en el estudio París Fotografía, propiedad de la firma Chute y Brooks. No se sabe, asimismo, el año de la muerte de Santillán, pero sí que sus despojos fueron sepultados en la bóveda de la familia Aguilar, para la que trabajó, como queda expresado, durante casi treinta años.
LOS HIJOS DE MOREIRA
Don Juan Moreira, el gaucho de daga ligera, tuvo tres hijos con Andrea Santillán, quienes se llamaban Juana, Juan y Valerio. A comienzos del siglo XX, la información que se tiene de Juana o Juanita es que había sido criada y educada en un instituto que funcionaba bajo los auspicios de la Orden de las Hermanas de la Caridad, pero que después de su etapa formativa, siendo aún muy joven, se había ido de la casa donde trabajaba su madre y en donde vivía con sus otros hermanos varones. Desde entonces, su rastro se hizo perdiz, desconociéndose por completo qué fue de su vida y cómo terminaron sus días.
El hijo varón llamado Juan, de acuerdo a lo expresado por Chirino, murió siendo niño picado de viruela. Ahora, de quien más datos existen es de Valerio Moreira, el hijo mayor de la pareja que había nacido, al igual que su madre, en San Lorenzo de Navarro, el 29 de enero de 1869, según consta en su Acta de Bautismo fechada el 6 de febrero del mismo año.
Un dato suelto, pero no menos interesante para el desarrollo de este trabajo, resulta del bochinche ocasionado durante la fiesta del bautismo de Valerio Moreira, que incluyó “una fiesta y baile (…) sin el permiso correspondiente”, ocasionándole a la familia del gaucho la imposición de una sustanciosa multa por parte de Juan Córdoba, entonces Teniente Alcalde del pueblo de Navarro.
En una valiosa investigación que realizó Raúl Lambert, siguiendo los pasos, si cuadra el término, de la vida real de Juan Moreira, despojada del idílico relato de Gutiérrez, leemos que la multa “fue impuesta y mandada a cobrar el día 5 de julio de 1869, cinco meses después del bautismo de Valerio Moreira”.[7]
La inclusión de este episodio no es menor, pues aquí se habría gestado el origen de la inquina entre Moreira y Córdoba, que, como se sabe, tendrá su epílogo cuando el primero lo cosa de 29 puñaladas al segundo la tarde del 5 de agosto de 1869 en la pulpería de Antonio Crovetto.
Este Valerio hizo de todo: fue guardiacárcel, jornalero y empapelador, y hasta su muerte prefirió mantener un discreto perfil. Se comenta que en sus años mozos llevó el apellido Morales, quizás como una manera de acentuar esa baja exposición a la que referíamos, aunque ya en la adultez volvió a portar con cierto orgullo el apellido de su padre: Moreira.
En cuanto a su empleo de vigilante penitenciario, don Valerio Moreira ejerció este oficio en la Sala de Observación de Alienados del Depósito de Contraventores de la Policía Federal, más conocido por <<Depósito 24 de Noviembre>>. El organismo quedaba en la intersección de las porteñas calles Hipólito Yrigoyen (entonces, Victoria) y 24 de Noviembre, barrio de Balvanera, tomando, de esa última arteria, el nombre con que más popularmente fue conocido el lugar.[8] Para terminar, y como rasgos de color, Valerio fue un gran rasgador de guitarra y que, al sobrevenirle la parca, no dejó descendencia.
De boca del propio Valerio, y también de la de Andrés Chirino, el gaucho Juan Moreira fue un semental que desparramó hijos sin reconocer y amores furtivos por toda la campaña bonaerense. Para cuando los investigadores renueven sus expectativas respecto del afamado gaucho, así habrán de surgir originales aportes que devolverán, todavía con mayor nitidez, una imagen descarnada y sincera de su paso por este mundo. Pero hasta que ello no suceda, Moreira y su aura continuarán vegetando por las oscuras mazmorras de la desmemoria.
INOCENCIO MOREIRA Y LA AHIJADA CENTENARIA
No queda mucho margen para extender esta nota, aunque sí para evocar a Inocencio Moreira, primo del gaucho, y a doña Eraclia Vega de Caracoch o Caracoche, ahijada que nació, vivió y murió en Navarro a la extensa edad de 104 años. Había visto la luz en 1873 y pereció en 1977. Reporteada cuando orillaba la centuria, se refería a su padrino como “Moraira”, a quien prácticamente no llegó a conocer porque al año caía bajo los plomos de los milicos que le dieron captura en el piringundín lobense. Empero, digno de recordación es lo que dijo respecto a su padrino en aquella oportunidad de la entrevista:
“Ustedes pueden escribir lo que quieran sobre mi padrino. Pero no se olviden que aunque tuvo algunas muertes, fue por culpa de la política. Juan Moraira era un gaucho bueno. Lo que pasa que no le fueron bien las cosas desde el comienzo […] se enredó con los políticos y esa fue su perdición. Mi padre, Juan Vega lo supo conocer muy bien y naides puede decir nada sobre mi “tata”. Y si lo recibía en mi casa, seguro que tenía mi padrino un lado bueno; la cuestión era entenderlo y no enfrentarlo.”[9]
Sobre Inocencio, este pariente estuvo presente el día que lo mataron a Juan Moreira en el “Café de la Estrella” de Lobos, el 30 de abril de 1874, aunque se desestimó su participación en la refriega que allí se desató. Sin embargo, no pudo evitar ser llevado detenido para tener que comparecer ante el Juez de Paz de Lobos, Casimiro Villamayor, el 2 de mayo, esto es, cuarenta y ocho horas luego del deceso de Moreira.
En aquel testimonio oral, Inocencio Moreira dijo ser “natural del país y vecino de este partido, soltero, jornalero y de veinte y ocho años de edad”, deduciéndose que el primo del gaucho libertario pudo haber nacido en el año 1846. Por lo dicho en la declaratoria, Juan Moreira y su inseparable compañero de correrías Julián Andrade hicieron noche en la casa de Inocencio el 29 de abril de 1874, y que apenas se hubieron de levantar, Juan le espetó a su pariente: “No tenga miedo y lléveme a un café”, que resultó ser, sin más, el “Café de la Estrella” donde halló la muerte.[10] Por último, este Inocencio Moreira ya tenía varias visitas poco fortuitas en la comisaría de Lobos. El motivo: por haber estado embriagado, según su propia confesión.

Referencia histórica donde estaba el “Café de La Estrella”, en Lobos, destino final de Moreira al que fua acompañado de Julián Andrade e Inocencio Moreira, primo del malogrado gaucho. A la derecha, el que suscribe este artículo, año 2007.
Por Gabriel O. Turone
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Bibliografía:
*) Del Bosque, Horacio. “Juan Moreira. Historia de su vida trágica escrita en versos”, Casa Editora de Andrés Pérez, Buenos Aires, 1899.
*) “En el cincuentenario de la muerte de Juan Moreira”, Revista Atlántida, Nº 317, Editorial Atlántida, Buenos Aires, Mayo de 1924.
*) “Episodios Policiales. La muerte de Juan Moreira”, Revista Caras y Caretas, Año VI, Nº 235, Buenos Aires, Abril de 1903.
*) Estrada Liniers, Marcos. “Juan Moreira. Realidad y mito”, Impr. López, Buenos Aires, 1956.
*) Guzmán, Orlando y González, Norberto. “La ahijada de Juan Moreira”, Revista Así, 1973.
*) Lambert, Raúl Osvaldo. “Juan Moreira. Del crimen al mito”, Puerto BA Ediciones, 2011.
*) Talero, Juan. “La muerte de Juan Moreira”, Revista Fantasio, Nº 22, Editorial Fantasio, Buenos Aires, Noviembre de 1923.
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Notas:
[1] “En el cincuentenario de la muerte de Juan Moreira”, Revista Atlántida, Editorial Atlántida, Buenos Aires, Argentina, Mayo de 1924, página 12.
[2] Del Bosque, Horacio. “Juan Moreira. Historia de su vida trágica escrita en versos”, página 5.
[3] “Episodios Policiales. La muerte de Juan Moreira”, Revista Caras y Caretas, Buenos Aires, Abril de 1903, página 38.
[4] La calle Victoria o “de la Victoria” fue denominada así en el año 1820, pero fue modificada por el actual de Hipólito Yrigoyen en el año 1946.
[5] Probablemente uno de ellos pudo haber sido José Podestá.
[6] Talero, Juan. “La muerte de Moreira”, página 62.
[7] Lambert, Raúl Osvaldo. “Juan Moreira. Del crimen al mito”, página 50.
[8] El Depósito de Contraventores fue inaugurado el 20 de noviembre de 1899. Por un período de seis años (1902-1908), la conducción de este organismo estuvo bajo la responsabilidad de José Ingenieros. En 1910 fue reemplazado por otro edificio ubicado sobre la calle Azcuénaga.
[9] Guzmán, Orlando y González, Norberto. “La ahijada de Juan Moreira”, 1973.
[10] El mencionado café era de propiedad de una persona apellidada Gauna, por eso también fue conocido por “Café de Gauna”.