HACE 70 AÑOS FALLECIA DON ENRIQUE SANTOS DISCEPOLO

Fue uno de los más grandes hombres de la cultura ciudadana este “Discepolín”, quien a la prematura edad de 50 años dejaba este mundo, acontecimiento del que se cumplen setenta años el 23 de diciembre de 2021.

Había nacido en el barrio de Once, Capital Federal, en el solar de la calle Paso 113[1], el 27 de marzo de 1901, de la unión que formaron Santo Discépolo –napolitano y músico de profesión- y Luisa Delucchi.[2] Tuvo otros cuatro hermanos más, siendo Enrique Santos el más purrete. A los diez años quedó huérfano de progenitores, por eso a la edad de 14 años fue a vivir con su hermano mayor, el afamado director teatral Armando Discépolo, nacido en 1887.

En cuanto a su formación escolar, el pequeño “Discepolín” cursó estudios en el Colegio Guadalupe de los Misioneros del Verbo Divino, de la calle Paraguay al 3900, siendo uno más del montón, condición que no abandonó cuando pasó más tarde a la Escuela “Mariano Acosta”, fundada en 1874.[3] Resulta indudable que el don de Enrique se encontraba más que nada en el mundo teatral, y no tanto en el de las aulas, no obstante ser recordado por antiguos compañeros suyos del “Mariano Acosta” como un estudiante histriónico que, en los recreos, emulaba a sus profesores.

Justamente, de la mano de su hermano Armando, que reportaba como afamado director de obras de teatro, nuestro Enrique Santos Discépolo hace sus primeras armas en la calle Corrientes, el “banderín de la ciudad” como la motejara el genial Héctor Gagliardi en uno de sus poemas. Fue a la edad de dieciséis en una comparsa llamada El Chueco Pintos, creación artística de su hermano.

Caricatura de “Discepolín”, de Raúl Perrone.

Su fisonomía, inconfundible, ya se vislumbraba desde esta época, y puede suscribirse del modo en que lo ha hecho con acierto García Jiménez: “Flaco de toda flacura, mediano, narigón, con luminosos ojos. Tenía de movediza chispa todo lo que le faltaba de glóbulos rojos”.[4]

EL TANGO DE DISCEPOLO: TIEMPO Y ESPACIO 

Debe señalarse, que Discépolo no tenía una formación musical academicista, sino todo lo contrario: su oído era prodigioso para sacar melodías y crear composiciones inolvidables, las cuales completaba con letras lunfardas y pinceladas de glosa gauchesca.

La mixtura de lo nativo y lo cosmopolita en el tango, que revista dos vertientes aceptadas: el vals –a través de la música clásica europea-, y el candombe y la milonga –hijas de la música africana-, va a encontrar, ya en los tiempos del poeta y genial compositor Enrique Santos Discépolo, su máxima versificación y estética porteña con claras consignas que estribarán en amargos desengaños políticos y económicos. “Discepolín”, entonces, será de los más bravos exponentes de la etapa “transformadora” del tango, esa que quedaría segmentada entre los años 1925 y 1940.

Según comenta Horacio Ferrer, el auge tanguero de Discépolo sobreviene con las consecuencias de la crisis de Wall Street de 1929 que, una vuelta al sol más tarde, hizo eclosión en la economía argentina. Entonces, Buenos Aires vive mustia y amargada, pero por sobre todo llena de habitantes que van quedando sin empleo y a la buena de Dios. Y allí, en esa miseria palpable, es cuando aparece la genialidad creativa de “Discepolín”, el poeta, el actor y el distinguido letrista de tangos insuperables.

Acá es cuando “Discépolo se erige intérprete de mujeres y hombres de la ciudad. Lo hace como si él fuera una antena humana en la que los demás descargan sus dolores y su incertidumbre…”, dice Ferrer. Hay otra sentencia muy explícita de todo esto, sostenida por el propio Discépolo: “El tango es un pensamiento triste…que hasta se puede bailar”. 

Discépolo retratado en París, Francia, circa 1936.

Se hace carne del drama nacional en la composición del tango Yira…yira… (1929), donde habla del desdén manifiesto del planeta Tierra al ver la miseria del pobre ciudadano que se encuentra “en la vía, sin rumbo y desesperao”, por nombrar una sola de las metáforas allí insertas. El debut de esta pieza lo hizo Sofía Bozán en el teatro “Sarmiento” de Capital Federal. Un año atrás, otra pincelada discepoliana surge con el tango Qué vachaché, donde aclara en uno de sus párrafos:

“Pero no ves, gilito embanderado

Que la razón la tiene el de más guita

Que la honradez la venden al costado

Y a la moral la dan por moneditas.”

En propias palabras de Discépolo, Qué vachaché “era distinto de todo lo que se había escuchado hasta entonces como tango. Decía otras cosas, enfocaba la vida de otro modo. Miraba por las ventanas el tremendo panorama de la humanidad”.[5]   

Hacia 1928 dará vida a Esta noche me emborracho, número que quedará inmortalizado en la voz de Carlos Gardel. Una curiosa anécdota ocurrida al filo de la noche porteña, cuando la claridad asoma con toda su molestia, le disparó la imaginación a Discépolo para volcar en un cafetín de avenida Corrientes la letra de este tango. Su inspiración fue ver salir raudamente “del cabaret ya oscurecido a una mujer desgarbada”, en momentos en que el poeta se encontraba junto a un amigo que había oficiado de pareja de aquella pobre muchacha. Según la recreación de esos instantes, se dio el diálogo que sigue:

“-¿Es Laura?… –balbucea Discépolo asombrado.

-Sí, Enrique. La que lo fue todo para mí… Hoy somos dos extraños.”

Cuando ambos amigos acuden a un café, Discépolo escucha la historia amarga, motivo suficiente para comenzar a garabatear los versos de Esta noche me emborracho, que en su párrafo inicial suelta: “Sola, fané, descangayada/ La vi esta madrugada salir de un cabaret,/ flaca, dos cuartos de cogote y una percha en el escote/ bajo la nuez…”. 

Continúan sus proverbiales creaciones del género del tango con Malevaje y Soy un arlequín (ambos en 1929), seguidas por las piezas Victoria y Justo el 31 (que Discépolo compuso en 1930) para recalar, ya en 1932, con Confesión, cuya letra comparte con el italiano Luis César Amadori. 

Reunión del directorio de SADAIC. Con el número 1 (uno), Homero Manzi, y con el 2 (dos), Enrique Santos Discépolo.

Por largos años hizo estragos la “Gran Crisis” de 1929 en nuestros lares, por eso no podríamos dejar pasar de esta etapa el famosísimo Cambalache, de 1935 y que reviste una actualidad conceptual tal que ni en mil años perdería vigencia, frescura y veracidad. Porque, es aquí donde “se juntan la expresión del dolor y la risa, de la virtud y del delito”, campo de orégano para ese extraño “hacinamiento de risas y lágrimas sin dueño”, como analiza una publicación.

En la poética, el mundo se le había vuelto una miseria espantosa en 1931 con la creación del tango ¡Qué sapa, Señor!, cuyos versos más dolientes, dicen así: “¡Qué sapa, Señor…/ que todo es demencia!…/ los chicos ya nacen por correspondencia/ y asoman del sobre/ sabiendo afanar…”.[6]

Nuestro notable biografiado “Vivió la bohemia heroica de una Buenos Aires irrecuperable, en la que sólo firmaban cheques los que tenían fondos”, atina su amigo García Jiménez, por eso su creatividad llegó a expandirse hacia otras esferas de la cultura y el arte, tales como el teatro, el cine y la radiofonía. El inabarcable universo de Discépolo constituía, en esos almanaques, una carrera afiebrada llena de talento y magia, todo enmarcado en una realidad que golpeaba y a la cual era necesario retratar en piezas inmortales.

“El magnetismo de Discépolo –dice Pujol-, que tardó algunos años en asentarse, residía justamente en su poder de condensación, de síntesis”. Sus piezas de tango –a las que siempre dotó de una teatralidad digna de sus inicios en estas faenas del espectáculo- eran escenas de tres minutos casi homogéneamente interpretados como “pequeños dramas cotidianos subidos al carro lúdico de la música popular, ensayos de interpretación nacional en la versión ligera de la cultura popular”.[7]   

Sin embargo, la crudeza que reflejaban sus tangos acerca de una realidad decadentista donde cundía la marginalidad pueblerina, el enriquecimiento del vil y el daño monstruoso e imparable de las crisis económicas del globo, no siempre le permitieron la exposición libre y gratuita de sus creaciones. De este modo, Discépolo vivió en carne propia la supresión o modificación de palabras y hasta de párrafos enteros de sus obras maestras para que sean legitimadas por las autoridades de turno. Así, la censura recayó sobre sus creaciones en los años 1929, 1938, 1943 y 1949.

Un colega gremial suyo de la Sociedad Argentina de Autores y Compositores de Música (SADAIC), en donde Discépolo ejerció por varios períodos la vicepresidencia en directorios presididos por Francisco Canaro, calificaba del modo que sigue su obra:

“Discepolín gusta de la frase punzante, del alarde poético, de lo esotérico, de lo plástico y de lo infinito. También su mundo está en guerra, a veces fría, por momentos caliente, ultra térmica.”

Y recuerda ese mismo autor, algunas frases sueltas que, en charlas de café, le ha escuchado decir a Discépolo; aquí citaremos algunas: <<El humorismo es el fondo de la tristeza traducida en silbido opaco>><< Duermen en la eternidad los sabios, los probos, los malditos, los criminales y los ladrones. ¿Nosotros dónde iremos?>>; y, <<Estoy de acuerdo con Unamuno cuando dice que no hay más libertad que la de la muerte>>.[8]

DISCEPOLO Y SU VIDA SENTIMENTAL 

Tania y Enrique Santos Discépolo.

Nacida en Toledo, España, Tania[9]  había conocido a “Discepolín” en 1927 cuando ambos frecuentaban, cada uno por su lado, aunque con amigos en común, la bohemia. Ella se haría famosa al versificar un tango de Discépolo: Esta noche me emborracho (1928), que pronto llamaría la atención de José Razzano, compañero musical de Carlos Gardel. El mismo Razzano fue a pedirle a su amigo Enrique Santos para que vaya a oírla cantar a Tania en el cabaret donde desplegaba su voz, dando inicio a una relación que tuvo altibajos y zigzagueos por doquier.

Eran dos mundos muy distintos, en donde la cantante española tenía fama, automóvil –una rareza para la época- y adoración por las joyas y las pieles, mientras que Discépolo era un genio intelectual que captaba la vida de la calle, su dolor, sus deseos de progreso inalcanzable, pateando adoquines las más de las veces sin un cobre en el bolsillo. Ella era de gruesa contextura y cutis de porcelana, y “Discepolín” un desgarbado de amplia nariz, jopo bien tupido y ojos penetrantes.

Con Tania se mudó a un departamento situado en avenida Callao 765, en Buenos Aires. Nunca estuvieron casados, pues como decía el mismo Enrique Santos era el mismo pueblo quien los había unido en matrimonio o adoptado como tales. A quien nunca le cayó en gracia Tania fue al hermano de “Discepolín”, Armando, factor por el cual mantuvieron sus diferencias por largo tiempo.

Podemos afirmar, que aunque esta popular pareja no trajo hijos al mundo, Discépolo sí tuvo un hijo extramatrimonial con la actriz mexicana Raquel Díaz de León, quien ofició de amante de aquél cuando estuvo en una gira por tierras aztecas en 1947. Nunca lo reconoció el dramaturgo, si bien escogió a Tita Merello y a Luis Sandrini, cuando ambos se hallaban trabajando en México, como padrinos de la criatura.

“MORDISQUITO”, UN CHARLISTA COMPROMETIDO

El mismo año de su deceso (1951), Discépolo fue convocado para salir en una audición que, emitida por Radio El Mundo, llevó por título “Pienso y digo lo que pienso”, que no fue, sino, una creación de Raúl Alejandro Apold, el poderosísimo Subsecretario de Prensa y Difusión del peronismo gobernante.

En “Pienso y digo…”, nuestro reseñado resultó en un publicista de los logros justicialistas concretados durante la ejecución del Primer Plan Quinquenal (1947-1951), como asimismo de la notable batería de leyes que hubo en favor del trabajador, y fue, por ello, un arma eficaz para llegar a un público masivo de cara a las cercanas elecciones presidenciales que, como se demostró en noviembre de 1951, dieron por resultado la reelección de Juan Domingo Perón en la presidencia.

Esta arriesgada pero convencida faena de Discépolo le fue ganando no pocos enemigos entre gente con la que había compartido cafetines, jergas y empresas teatrales, cinéfilas y musicales. En esa etapa –la que marcaría su inesperado final-, encontró a Discépolo desempeñándose en el cine y el teatro.[10] Un año antes, en 1950, había sido el protagonista principal de la película El Hincha, que, al decir de Pujol, “lo fijaría en un papel a su medida: pasional, desbordado, caricaturesco”.[11]

Afiche de la película “El Hincha” (1950), protagonizada por Enrique Santos Discépolo.

Sus detractores, que comenzaron a cerrarle las puertas y evitarle el saludo, jamás le perdonaron a “Discepolín” su adhesión al peronismo. El desdén de propios y extraños sería una fatalidad para él, iniciando en su salud un angustiante deterioro que carcomió su flacura a límites extremos. “Mordisquito”, el prototipo del antiperonista que aspiraba a ser un pequeño burgués despreciativo del pueblo descamisado, a quien Discépolo fustigaba con los argumentos reales y concretos del justicialismo en cada emisión radial, terminaría fagocitándose al poeta y compositor que pasó a ser objeto de burlas y desplantes cuando, ayer nomás, se erigía en el “implacable analista del siglo XX”.

La última emisión radial la efectuó el 10 de noviembre de 1951, un día antes de que vuelva a ser electo Perón para ocupar la primera magistratura junto a Hortensio Quijano. Mismo Perón, una vez revelados los resultados del sufragio, llegó a expresar que “Gracias al voto de las mujeres y a Mordisquito, ganamos las elecciones de 1951”.[12] Por entonces, era ya una verdad de Perogrullo el divorcio entre Discépolo y una buena parte del mundo intelectual, espacio en el cual le quedaban apenas un puñado de amigos entrañables.

Como es costumbre, en aquellos momentos de debilidad hasta buscaron ciertos argumentos de la vida privada de Discépolo para herirlo con mayor profusión, entre ellos el de socavar, de algún modo, su autoestima al publicitar aspectos de la vida amorosa liberal de Tania, su gran amor.

Depresivo, triste y con un cáncer que hacía poco se le había declarado, Enrique Santos Discépolo sucumbió en el solar que compartía con Tania el 23 de diciembre de 1951, a las 23:20 PM. Además de su pareja, testigos de este lamentable suceso fueron un sobrino y el actor Osvaldo Miranda. Un fulminante ataque cardíaco acabó con este formidable hombre que supo interpretar, como pocos, los padecimientos del habitante urbano y sus eternas complicaciones, dejando una brillante cantidad de obras que lo identifican y subliman cada vez más al paso de los almanaques.

Por Gabriel O. Turone

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Bibliografía: 

*) “Cambalache”, Revista PBT, Año 19, Nº 864, 10 de abril de 1953.

*) Del Valle, Enrique Ricardo. “Lunfardología”, Editorial Freeland, Buenos Aires, 1966.

*) Ferrer, Horacio. “El libro del tango. Historias e imágenes”, Ediciones Ossorio – Vargas, Buenos Aires, 1970.

*) Ferrer, Horacio. “El Siglo de Oro del Tango”, Manrique Zago ediciones, Buenos Aires, 1996.

*) García Jiménez, Francisco. “Así nacieron los tangos”, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 2006.

*) Pujol, Sergio A. “El país de la desilusión”, Revista Todo es Historia, Nº 404, Marzo de 2001.

*) Rey, Luis. “Fina Sutilez, Superior Inquietud y Hondura Clásica Determina la Obra de Enrique Santos Discépolo”, Revista Máscara, Nº 113, Año X, Abril-Junio de 1951.

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Notas:

[1] Ese solar tiene actualmente la numeración 111, y lleva como referencia del nacimiento del poeta una placa de bronce colocada en la parte superior central de la puerta de entrada.

[2] Santo Discépolo arriba al Plata en 1871. Casó con Luisa, a quien conoció por ser sus padres de origen italiano como él.

[3] Hoy se denomina Escuela Normal Superior en Lenguas Vivas Nº 2 “Mariano Acosta”, dependiente del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

[4] García Jiménez, Francisco. “Así nacieron los tangos”, página 209.

[5] Ferrer, Horacio. “El Siglo de Oro del Tango”, página 96.

[6] Del Valle, Enrique Ricardo. “Lunfardología”, página 213.

[7] Pujol, Sergio A. El país de la desilusión, Revista Todo es Historia, 2001, página 76.

[8] Rey, Luis. Fina Sutilez, Superior Inquietud y Hondura Clásida Determina la Obra de Enrique Santos Discépolo, Revista Máscara, 1951, páginas 26 y 27.

[9] Su nombre verdadero era Ana Luciano Divis.

[10] Hacia 1949 había estrenado la pieza teatral ¡Blum!, la que escribió junto con Julio Porter. La fiebre creativa en obras de teatro la va a tener, sin embargo, durante la primera mitad de la década de 1930, con trabajos tales como Caramelos Surtidos (1931), Tres Esperanzas (1934) y Quien más quien menos (1934).

[11] Pujol, Sergio A. El país de la desilusión, Revista Todo es Historia, 2001, página 78.

[12] Por primera vez en nuestra historia, durante esas elecciones del 11 de noviembre de 1951 emitieron su voto las mujeres de forma masiva en todo el territorio nacional.

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