LA CALERA DE LOS FRANCISCANOS, ROSAS Y EL “PUEBLO DE BELGRANO”

LA CALERA DE LOS FRANCISCANOS, ROSAS Y EL “PUEBLO DE BELGRANO”

Advertimos de entrada, que el barrio de Belgrano tuvo el inmenso privilegio de haber sido, en sus comienzos, un pueblo y partido de la provincia de Buenos Aires, atributo que también le fue conferido a Flores desde 1806 hasta 1888, cuando por Ley ingresó a formar parte de la flamante nomenclatura de la Capital Federal.

Belgrano deviene en pueblo y partido bonaerense al comenzar a funcionar su edificio municipal en el año 1855[1], y vino a perder su estatus de tal al mismo tiempo que Flores: la tarde del 28 de septiembre de 1888. Sin embargo, el dueño de las primitivas tierras que luego desembocarían en el refinado barrio belgranense fue don Juan Manuel de Rosas, y anterior a él unas pocas familias y los Franciscanos.

Es una verdad de Perogrullo, empero, señalar que todo centro urbano consolidado arrancó con un puñado de personajes que, en épocas pretéritas, fueron dueños de enormes chacaras o parcelas donde todo estaba por hacerse.

LOS PRIMEROS DUEÑOS DE BELGRANO

Antes de que estos pagos figuraban hacia el año 1780 en manos de la Orden de los Padres Franciscanos, los mismos tuvieron por dueños al matrimonio compuesto por don Juan de Espinosa y doña Ana María Segura. Una primera chacra la cedieron a los Franciscanos en 1726, y era la que tenía por límites las

“calles La Pampa, Av. de los Constituyentes, una línea paralela a La Pampa a unos 20 metros al SE de la calle Olazábal y un antiguo camino desaparecido que se encontraba entre la Av. del Libertador (antes, en ese tramo, calle Blandengues) y la calle Miñones.”

Al morir Juan Espinosa, otras suertes de esas tierras fueron heredadas a su hijo mayor, Pedro de Espinosa, quien para 1751 se las transfirió a su hermano Antonio de Espinosa. Por su parte, en el predio donado primitivamente a los religiosos éstos erigieron el oratorio promediando la década de 1730.

Plano (detalle) del año 1844, en el que se ve, con el Nº 28, el enorme terreno de José Julián Arriola, adquirido en diciembre de 1842 por Rosas. Allí está hoy el epicentro del barrio porteño de Belgrano.

Aquellas dos suertes que no habían sido donadas a los frailes, todavía pasarían por varios dueños más. Uno fue una hija de Antonio Espinosa llamada Juana María, quien, junto a su esposo Vicente Sebastiani, le reclamaron en el año 1774 a los Franciscanos la primera chacra que su familia les había cedido en la década de 1720. Ante el pleito suscitado, otro vecino de los Espinosa, don Simón de Hornos, cede sus tierras a la orden religiosa, en las cuales

“se hallaba el arroyo Vega donde no sólo podían encontrar [los Franciscanos] piedra, sino también un depósito de conchillas. Esta donación a los franciscanos quedó refrendada en el testamento de Simón de Hornos, en 1793.”[2] 

En cuanto a Sebastiani, en 1776 los Franciscanos le devuelven la chacra que aquél reclamaba si bien con algunas construcciones en el terreno que los religiosos habían levantado mientras fueron dueños de la misma. Cuatro años más tarde, Sebastiani vendió una fracción a la ciudadana María Josefa Villarino, “ubicada entre las calles La Pampa, Sucre y las vías del ferrocarril”, pleno corazón de lo que sería el barrio de Belgrano. En 1781, vende otra parcela paralela a la que, un año antes, había cedido a Villarino.

El mencionado Sebastiani continuó despedazando el predio reclamado a los Franciscanos: en el mismo 1781 “cedió a su suegro Antonio Espinosa una fracción que luego Espinosa vendió a Mateo Ramón de Álzaga”. Aquí, en el luego pueblo de Belgrano, entra a tallar el Presidente de la Primera Junta de Gobierno Provisional de 1810, don Cornelio Saavedra. Ocurrió que Mateo Álzaga fallece en 1786, y su viuda, Toribia Francisca Cabrera, volvió a contraer nupcias con su primo hermano Saavedra. Cuando para el 15 de agosto de 1798 muere Toribia Cabrera, hereda esa posesión el protagonista del grito de Mayo y sus tres hijos varones, Diego, Manuel y Mariano.[3]

LA CALERA Y LAS BARRANCAS

Antes de llamarse Belgrano, hubo un primer nombre mítico que le fue conferido al espacio geográfico que nos embarga en esta crónica. Así, y gracias al asentamiento franciscano, al hoy barrio porteño se le llamó “La Calera” o “La Calera de San Francisco”, que se extendía “en una franja de tres leguas de ancho”[4], y que habían sido extensiones del vecino Simón de Hornos.

Un patriarca de Belgrano, el anciano Rafael Corvalán, nieto que fuera del general y edecán de Rosas, don Manuel Corvalán, memoraba allá por 1930 hermosos datos perdidos de estos pagos, como cuando advertía que la famosa Calera

“estaba en lo que hoy es Juramento y 3 de Febrero, donde los jesuitas (sic) tenían dos hornos de cal, que hacían quemando la conchilla de unas canteras que había sobre la calle Mendoza, contra la quinta de don Laureano Oliver.”[5]  

La Calera, entonces, estaría ubicada a una cuadra de las conocidas Barrancas de Belgrano, y a escasas tres cuadras de la plaza “Manuel Belgrano” del coqueto barrio capitalino. De los hornos caleros se extrajo el material para mandar construir la primitiva Iglesia de San Francisco de las calles Defensa y Alsina.[6]

El aspecto que presentaban las Barrancas, era el de “un monte de espinillos, algarrobos y talas”, que, crecido de modo salvaje, fue eliminado prácticamente por acción de los frailes quienes procedieron a la quemazón de buena parte de aquella floresta.  Sucedía que todo ese paisaje, a finales del siglo XVIII, eran apenas unos “montes salvajes, sin caminos y ocupados por tribus querandíes, que vivían de la caza y de la pesca”, y donde ahora se ubica el Bajo Belgrano coexistía un curioso ecosistema “de nutrias, mulitas, vizcachas, zorros, tigres, pumas y patos” que ululaban y vivían sin ser molestados salvo para furtivos cazadores que los hubo en todos los momentos. A la limpieza realizada por los frailes de aquellos pastizales y montes nacidos a la buena de Dios, le siguió la construcción de la mentada calera.

Despuntado el siglo XIX, los vientos políticos se modificaron radicalmente en el antiguo Virreinato del Río de la Plata, por eso mismo los patriotas criollos comenzaron a tener no pocas animadversiones sobre todo lo que se relacionara con España. Esa vara recayó, sin dudas, sobre las órdenes religiosas que, como la de los Franciscanos, empezó a ver peligrar sus viejas posesiones territoriales.

Don Rafael Corvalán retratado en el año 1930. Era nieto directo del decidido federal y general Manuel Corvalán, excelso colaborador de Rosas y dueño de extensiones en el Belgrano rural.

En los siglos de la Conquista, los frailes fueron un verdadero puntal para los españoles, y por eso mismo sus máximas autoridades en el Plata, al comprender “que la independencia argentina era un hecho, se plegaron a la revolución”, con la idea, entre otras cosas, de conquistar “las simpatías de San Martín, de Belgrano y de Monteagudo”.[7] De modo que, al establecerse dicho acercamiento, los criollos decidieron efectuar sus conspiraciones dentro de los conventos. Sin embargo, un golpe mortal para las órdenes religiosas fue la Reforma Eclesiástica de Bernardino Rivadavia de 1822, que expropió innumerables propiedades inmuebles y bienes que aquéllas conservaban desde la época colonial.

Los Padres Franciscanos, entonces, procedieron a rematar las tierras donde se asentaba La Calera hacia mediados y fines de la década de 1820. El gran adquiriente de esas posesiones fue el famoso ciudadano José Julián Arriola, rematador de profesión y de notable ascendencia en la población. La soledad de ese enorme latifundio nos lo refresca Rafael Corvalán, quien nació allí en el año 1841 y, según recordaba, “desde Río Bamba y Santa Fe hasta por aquí, no había más que dos negocios, famosos por ser los únicos, que se llamaban “Las blanqueadas”, y que se habían fundado allá por 1823”[8], es decir, que desde Recoleta hasta Belgrano casi no había comercios a la vista.

ARRIOLA Y JUAN MANUEL DE ROSAS 

Arriola fue un furtivo comprador de chacras en la zona de Belgrano antes de que sea pueblo y barrio. Poseía tanta fortuna como preparación cultural, posicionándose como uno de los hombres de mayor fortuna en su época. En la zona de San Isidro solía organizar famosas cabalgatas junto a ciudadanos ingleses, varios con quienes había realizado pingües negocios comerciales.

Entre 1825 y 1828, aproximadamente, Arriola va a adquirir las tierras de Cornelio Saavedra y sus hijos, e incluso otra parcela más que, unos años antes, había pertenecido a Gregorio Perdriel, héroe de las Invasiones Inglesas y antiguo jefe de los Patricios. Para el último año sugerido (1828), “Arriola compró la calera, la iglesia u oratorio y todas las tierras adyacentes”, afirma el autor Quirno Pacheco.[9]

Fueron esos tiempos de enorme prosperidad para Arriola, y mucho tenía que ver su admiración y simpatía por la figura del entonces Gobernador bonaerense, coronel Manuel Dorrego. Pero los sucesos del 1º de diciembre de 1828 en Navarro, provincia de Buenos Aires, que culminaron con la derrota y el posterior fusilamiento del federal Dorrego a manos del unitario Lavalle, dieron un vuelco negativo para la fortuna hasta entonces inexpugnable de Arriola. Comenzaría, pues, a ver malogrado su porvenir y su bienestar económico, teniendo que apelar al desprendimiento de sus añejas posesiones y a poner en resguardo su propia vida.

Durante los tortuosos meses que Lavalle dirigió los destinos de Buenos Aires, Arriola dispuso ofrecer, sin cargo alguno, a la Iglesia Católica las tierras donde “figuraban las barrancas de Belgrano, con la calera, el oratorio y las chacras”. Otras tantas las vendió y con ese dinero obtenido, como veremos más adelante, hubo de radicarse definitivamente en Europa.

El documento en el cual figura el donativo hecho a la curia, dice así: “Dono estos campos a la Iglesia Argentina, con la condición de que la capilla u oratorio levantado en las barrancas se conserve en homenaje a la Santa Religión Católica. En caso de que la iglesia sea quitada de allí y las barrancas destinadas a otro uso que no sea el culto de Dios Cristiano, esta propiedad volverá a mi poder o al de mis legítimos herederos”. La vieja Iglesia de los Franciscanos continuó en pie, llegando a lucirse en esos montes agrestes durante la época de Rosas, si bien ya bajo otra advocación: ahora era la Parroquia de Jesús Amoroso, no perdiéndose la cláusula o condición de Arriola en su donación.

Se puede decir, a esta altura del relato, que la Calera era apenas un despojo, una ruina que había perdido toda su antaña brillantez. Hasta la espesura rural de esos pagos hacía que los feligreses ya ni se acercaran, como antes, al distinguido oratorio. Se le adjudica a Rosas, entonces, ser el primer mortal que pensó en echar las bases para un futuro pueblo de campaña.

Tras largos años, y ya situados en los almanaques de la Federación, los Síndicos de Concurso encargados de liquidar los antiguos bienes de Arriola[10] efectuarán la venta de sus últimas chacras al Restaurador de las Leyes el 14 de diciembre de 1842. También entraban aquí los terrenos donados a la Iglesia Católica.

Plano (detalle) de la zona donde se estableció el “pueblo de Belgrano”, y donde figuran algunas grandes chacras como la de la familia Corvalán. Este mapa corresponde al año 1863.

El documento en cuestión fue presentado ante el escribano público Juan Pablo Izarrualde, y en lo sustancial manifestaba que los Síndicos de Concurso “con expresa especial autorización que el Tribunal de Comercio nos ha otorgado (…) vendemos al ciudadano Brigadier General Don Juan M. de Rosas Ilustre Restaurador de las Leyes en la cantidad de 40.000 m/c. las chacras propias del Concurso sitas sobre la costa del Camino de San Isidro, y son las conocidas con el nombre de la Calera, la asa de la Capilla y el horno de quemar Cal edificados en terrenos de la misma Chacra y demás que allí se conocía por la posesión de los Padres de San Francisco, la Chacra lindera conocida por lo de Perdriel, cuyas posesiones las vendemos en los mismos términos que las compró el precitado Arriola, la primera a D. Cornelio y Dn Manuel de Saavedra…”.

Dueño don Juan Manuel de las chacras mejor ubicadas en lo que luego sería el pueblo de Belgrano y su Partido Judicial de Campaña, aquél comenzó a hacer las primeras modificaciones sobre los terrenos. Incumpliéndose, acaso, el deseo testamentario de Arriola de preservar el culto católico, Rosas mandó derribar el herrumbrado oratorio o capilla de los Franciscanos. Pero, como contrapartida y en demostración de un genio tendiente al progreso de la patria, “llamó a sus amigos y les regaló varios lotes[11] y hasta ladrillos. Favoreció a muchos inmigrantes italianos, dándoles solares en el flamante pueblecito. Hizo construir un cuartel, una comisaría y un juzgado de paz”. Las Barrancas también fueron tenidas en cuenta, por eso el Gobernador Provincial las convirtió en un grandioso paseo público y parque que todavía subsiste en la actualidad para regocijo de sus vecinos.

Caído el Restaurador tras la batalla de Caseros en febrero de 1852, todos sus bienes fueron mayormente expropiados y jamás devueltos. Pero esa ya es otra historia, juzgada con otros protagonistas e inmersa en otra etapa de la Argentina que, dicho con prontitud, me eximen de continuar escribiendo. Punto y aparte.

 

Por Gabriel O. Turone

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Bibliografía:

*) Anselmi Rubio, Pascual. “Los decanos de los barrios: el de Belgrano”, Revista Mundo Argentino, Año XX, Buenos Aires, Febrero de 1930.

*) “El Parque Tres de Febrero”, Revista Buenos Aires nos cuenta, Nº 20, Buenos Aires, Octubre de 1991.

*) Quirno Pacheco, Julián. “¿Van a desaparecer las Barrancas de Belgrano?”, Revista Mundo Argentino, Año XIV, Buenos Aires, Noviembre de 1924.

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Notas:

[1] El antiguo edificio de la Municipalidad del pueblo de Belgrano sirve hoy como sede del Museo Histórico Sarmiento.

[2] <<El Parque Tres de Febrero>>, Revista Buenos Aires nos cuenta, Nº 20, Buenos Aires, octubre de 1991, páginas 57 y 58.

[3] Con sus tres hijos Saavedra padeció los rigores del exilio entre 1814 y 1816, cuando debió vivir por durante algunos meses en un inhóspito pueblito de San Juan llamado Colangüil, ubicado a 5200 metros de altura.

[4] Donde se ubica el cementerio de La Chacarita hubo de estar, en el siglo XVIII, un colegio que la orden franciscana administraba como parte de esas tierras que abarcaban parte de lo que hoy son las barriadas de Villa Ortúzar, Colegiales y Belgrano.

[5] Anselmi Rubio, Pascual. Los decanos de los barrios: el de Belgrano, Revista Mundo Argentino, 1930. Creemos que Rafael Corvalán incurre en un error cuando sugiere que fueron los Jesuitas, en vez de los Franciscanos, los dueños de la Calera y sus instalaciones. Podríamos hacer la salvedad, no obstante, si decimos que los Jesuitas fueron dueños de una vasta extensión de tierras que, a principios del siglo XVII, tuvieron por dueños a la Compañía de Jesús y que tomó el nombre de Chacarita de los Colegiales, uno de cuyos sectores abarcaba parte del barrio de Belgrano. Pero la fundación de La Calera fue obra toda de los Franciscanos en la primera mitad del siglo XVIII.

[6] La construcción comenzó en 1731 y quedó inaugurado en marzo de 1754, aunque tiempo más tarde (1807) terminó por derrumbarse debido a una enorme grieta cuya aparición forzó la clausura del templo en 1770. En 1815 se terminó de erigir la actual Basílica de San Francisco de Asís, si bien hubo algunas reformas a inicios del siglo XX.

[7] Quirno Pacheco, Julián. ¿Van a desaparecer las Barrancas de Belgrano?, Revista Mundo Argentino, 1924, página 7.

[8] Anselmi Rubio, Pascual. Op. cit.

[9] Quirno Pacheco, Julián. Op. cit., página 7.

[10] Eran los señores Juan Nowel y Juan Bautista Peña.

[11] Entre esas favorecidos por Rosas se encontraba la familia del general don Manuel Corvalán (1774-1847), uno de sus colaboradores y edecanes predilectos, con quien estuvo desde los tiempos de la Campaña al Desierto de 1833 y 1834.

Prensa JR
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