LA PRIMERA MARCA DE GANADO EN ARGENTINA

El ritual de la marcación del ganado es uno de los que mejor refleja la tosquedad del medio rural. Sin embargo, y por simple que parezca, el mismo requiere de una serie de elementos y actores que lo vuelven un tanto complejo, ideal, acaso, para los tratadistas de temas relacionados al campo. Por eso, antes de adentrarnos en el tópico de esta nota –la aparición de la primera marca de ganado en nuestro país- lo mejor será explicar cada uno de los componentes que circundan a este ritual que es tan antiguo como la patria misma.

MARCACION, MARCADOR Y MARCA

Al menos, tres conceptos son los que se barajan en el rústico arte de marcar ganado: la marcación, la marca y el marcador o marquero.

Ya en sus famosas Instrucciones para la Administración de Estancias [1], del año 1825, Juan Manuel de Rosas fundamentaba acerca de la marcación, enumerando las condiciones del fierro caliente y el lugar de su aplicación tanto para las vacas, los burros, las yeguas y los machos caballunos:

“Debe hacerse una vez al año. Al marcar debe cuidarse que la marca queme bien y por parejo y de ningún modo se dejará mal quemada. La marca todo animal la llevará en el lado de montar. La oreja volteada debe ser la del lado de montar, y que tengan la del lado de enlazar reyuna. Las vacas llevarán la marca en el anca, y lo mismo las yeguas y los burros. Solo los machos caballunos la llevarán en la pierna; pero todo en el lado de montar. Las marcas deben mojarse en el agua tantas cuantas veces se pongan en el fuego: es decir que se saca una marca del fuego, se marca con ella y antes de volverla a poner en el fuego, debe mojarse en el agua (…)” 

Ahora, bien, existía en las estancias un marcador o peón marquero cuya tarea consistía, exclusivamente, en “recibir el hierro y marcar, y de ningún modo andará la marca en varias manos; uno debe ser el marcador”, sigue explicando Rosas en su obra de 1825. Este peón marquero es habitual en las yerras, nombre con que también se designa al ritual que intentamos explicar en estas líneas. Otro participante de este acto es el señalador, el cual permanece junto al marquero, teniendo por función la de señalarle a éste dónde debe apoyar el hierro incandescente. Sobre el señalador, también da algunas pistas el Restaurador de las Leyes, al decir que “debe ser (…) uno, y si uno es poco, se pondrán dos; pero de ningún modo habrá más señaladores que los precisos”.

La definición que mejor cuadra sobre qué es una marca, la da Saubidet: “Fierro con cabo de madera terminado con una letra, cifra o signo cualquiera, que se calienta y aplica al ganado mayor, como signo de propiedad”. En la antigua lucha de frontera entablada entre la milicia y los indios maloneros, se hizo muy común la frase “marca tuya, caballo mío”, la cual quería significar que el caballo que era pillado por los indios éstos se lo atribuían como de su pertenencia.

Marcas antiguas para vacunos

De acuerdo a las sociedades criollas del siglo XVII, el ganado era cuidado por los esclavos, estrato que estaba compuesto por los mestizos, mulatos, zambos o cafres y, en menor medida, los indios. La mayoría de los negros, que en su mezcla con indios y españoles dieron origen a algunos de los grupos raciales antedichos, provenían de Guinea. Como se puede apreciar, detrás de las marcas ganaderiles hay toda una cultura que todavía debemos redescubrir y respetar.

LA MARCA MAS ANTIGUA

El hacendado Francisco Salas Vilella tuvo el raro privilegio de ser quien obtuvo permiso por parte del entonces Cabildo de Buenos Aires para registrar la primera marca de ganado del país. Ocurrió el 19 de mayo de 1589, y el diseño de la marca era una “jota” invertida.

Hasta aquí, pues, la única manera de controlar la hacienda era por medio de la construcción de corrales, los cuales se levantaban de modo un tanto rudimentarios empleando para ello maderas y piedras.

Pero, más allá de la confección de estos corrales, un grave problema que suscitaba no pocas reyertas entre los propietarios de los animales acontecía cada vez que había rodeos, pues las haciendas de unos y de otros se mezclaban, haciendo imposible el reconocimiento de las vacas por sus dueños.

Fue así, que se resolvió por la marcación a fuego, faena gauchesca que todavía hoy se sigue empleando, aunque las técnicas modernas también suelen apelar a la imposición, en la oreja del animal, de un plástico rectangular con las características de tal o cual establecimiento o estancia.

El rigor de la verdad nos permite dudar, incluso, de si fue don Salas Vilella el primero en obtener permiso para marcar animales en el país, pues hay que tener en cuenta que las actas del Cabildo antiguo de Buenos Aires correspondientes al 1580 -año de su segunda fundación- y el 1588 han desaparecido. Por otra parte, existe una solicitud para registrar una marca de ganado datada en el año 1585 en la provincia de Córdoba, por parte del estanciero Miguel Ardiles.[2]

La imagen expuesta, representa a la marca registrada por Francisco Salas Vilella: tratábase de una “jota” invertida.

Sin lugar a dudas, la apertura del registro de marcas a fuego representó el inicio de la sistematización, u ordenación, de la cría de ganado en las estancias, por eso hacia el año 1606 ya se prohibía la matanza o venta de animales que no tuviesen sus respectivas marcas de hierro. A partir de entonces, el cuatrerismo se convirtió en mala palabra e incurrir en él fue, hasta el siglo XIX, por lo menos, motivo más que suficiente para ser condenado a la pena capital.

Diseño de la primera marca de ganado registrada en la Argentina. Era una “jota” invertida y del año 1589.

La yerra hace su aparición recién en el 1644, momento en donde queda establecida su faena para los días 25 de diciembre y 15 de marzo, es decir, dos veces al año, en virtud de que con ello se evitaba “la acción de los que marcaban en cualquier época, y se apoderaban así delictuosamente del ganado ajeno”, afirma Ricardo Molinari.

Me parece pintoresco cerrar esta nota sobre marcas y hierros añosos, con la transcripción de una descripción que de la marcación de los animales hizo un cronista a fines del año 1916:

“El chamusco, caldeando la carne viva, es penetrante, acre, se va a los sentidos sutilizado en almizcle, al quemarse el pelo. Y por eso los trabajadores, sin duda, adquieren una semi insensibilidad en la labor; sufrida, resistente, de asombrosa tensión. Sí… Es el humo que inciensa los últimos oficios de una casta. 

“La marca resume el rubro del desierto. Varilla civilizadora, avasalla lo orejano, la simiente salvaje, los legaliza, grabando en el cartel raso de las pampas, su letra de propiedad: a hierro y fuego. 

“Y de las riquezas pecuarias –prosigue el cronista-, se extiende también a las riquezas viriles. Pecho a pecho, a punta y filo, se escrituran los gauchos, para las mentas. Y entonces el signo de la marca, se destiende en un hilo solo, quemado a suerte, y a capacidad. Todo es fundamento épico, trabajo o riña, en estas sangres inéditas. El cuchillo es un canto donde brilla la flor del alma. Como la letra, instituye derechos. Y para el que no tiene nada, es orgullo, y mucho aseguran: – ¡Ese toro es de mi marca, no se pierde! – indicando con el gesto algún corajudo peleador.”  

Por Gabriel O. Turone 

Fuentes:

 – Lafuente Machain, R. de. “Buenos Aires en el siglo XVII”, Emecé Editores, Buenos Aires, mayo de 1944.

– “La Hierra”, Revista Caras y Caretas, edición del 23 de diciembre de 1916.

– Molinari, Ricardo Luis. “Biografía de la pampa”, Fundación Colombina “V Centenario”, Ediciones de Arte Gaglianone, 1987.

– Rosas, Juan Manuel de. “Instrucciones para los mayordomos de estancias”, Editorial Americana, 1951.

– Saubidet, Tito. “Vocabulario y refranero criollo”, Editorial Guillermo kraft, Buenos Aires, 1958.

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[1] Esta obra ha recibido varios nombres, no estableciéndose cuál de ellos corresponde al original. La confusión se remite a que Rosas escribió dichas Instrucciones en papeles sueltos, y en una fecha incierta de entre 1819 y 1835. Recién en 1856, la Imprenta Bonaerense los editó bajo el título Administración de Estancias y demás establecimientos pastoriles en la campaña de Buenos Aires, mientras que en 1908 volvieron a editarse, esta vez bajo el rótulo de Instrucciones para los mayordomos o encargados de estancia, advirtiéndose que fueron escritos en 1819. La tercera edición corresponde al año 1951, y se tituló Instrucciones para los mayordomos de estancias, siendo, tal vez, el nombre más corriente para este manual de tareas rurales.

[2] Miguel de Ardiles (1515-1596) fue un conquistador y militar nacido en Córdoba, España, que, venido a América, formó parte de cuanta expedición hubo en su época. Lo vemos recorriendo la zona del Tucumán, asistiendo a la fundación de Santiago del Estero en 1553 y acompañando a Jerónimo Luis de Cabrera en la fundación de la ciudad de Córdoba en 1573.

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