PRIMEROS TRANSPORTES RURALES: LA CARRETA Y LA DILIGENCIA

La historia de nuestros transportes terrestres ha sido de notable importancia para el afianzamiento de las relaciones sociales entre los poblados, como así también para el crecimiento y desarrollo de la primitiva economía de nuestras campañas. Siempre hemos oído hablar de carros, carruajes, diligencias y todo otro tipo de móvil que, surcando las huellas polvorientas de nuestro suelo, escribieron ricas y pioneras historias de nuestro quehacer.

En esta nota, trataré de hacer algún compilado de definiciones acerca de los distintos móviles que existieron –y aún existen- en la Provincia de Buenos Aires durante los siglos XIX y comienzos del XX, la mayoría de los cuales fueron vencidas por la efectividad del ferrocarril y, más acá en el tiempo, por los modernos automóviles y utilitarios.

LAS CARRETAS

La unión entre los pueblos campañales estaba dada por el servicio que a ella prestaban las carretas, las cuales podían cargar entre 3500 y 4500 kilos, según el volumen de la misma. Estaban compuestas por varias partes, entre ellas la cimbra, la cumbrera, el buche, el pértigo, el asiento carretero, la caja, la culata, la llanta, lo rayos de la llanta, el yugo, la coyunda, el cubo y la picana. Respecto a la picana, ésta servía para azuzar a los bueyes; podían llegar a medir entre 5 y 6 metros de longitud.

Néstor Jorge Freitas en su Historia dibujada de mi pueblo Necochea – Quequén (1992), da algunas referencias sobre las carretas del 1850 y 1860. Algunos componentes de “nuestro legendario vehículo”, dice,

“lo integraban: la cimbra, larga de vara de unos tres metros, proyección hacia delante de la cumbrera. De esta vara pendía una anilla a través de la cual pasaba una picana, para manejarla desde el interior.”

Las carretas eran tiradas a bueyes, es decir, a tracción a sangre, y las rutas que frecuentaban recibieron, con los años, el mote de ‘rastrilladas’. El trayecto de las carretas se hacía, principalmente, por caminos de postas ubicadas entre 15 y 20 kilómetros de distancia entre sí. El Camino Real (hoy, avenida Rivadavia en el tramo que hace en Capital Federal y algunos sectores del Gran Buenos Aires) fue, por decirlo de modo alguno, el ejemplo más cabal de una ruta por donde transitaban las carretas, si bien no fueron éstas las únicas que lo transitaban, desde luego.

Félix Coluccio en su completo Diccionario Folklórico Argentino (Librería “El Ateneo”, 1950), nos ayuda a mejor comprender este antiguo medio de transporte. Dice que las carretas, por lo general, eran tiradas por bueyes, y que tenían por finalidad “llevar los productos de una región a otra”, ampliando su funcionalidad, pues servía tanto para el transporte de alimentos, bebidas y ropajes como para el de pasajeros en razón, esto último, de que “era el único medio de comunicación disponible”.

Por caso, el pértigo era un madero redondo que se prolongaba en el centro delantero del armazón de las carretas, “a cuyo extremo se ata el yugo donde se uncen los bueyes”. Explica Coluccio, además, sobre las particularidades de este transporte rural en otras zonas del continente americano. Por ende, en Chile fueron denominadas chanchas, mientras que eran de menores dimensiones en países como Costa Rica.

Obra “Una hora antes de partir”, litografía de Ibarra. Nítido ejemplo de una carreta tirada por bueyes de mediados del siglo XIX.

La caja de una carreta, vamos a decir, de grandes dimensiones podía alcanzar entre 3,80 y 4 metros de largo, por 1,60 metros de ancho y 3 metros de alto, mientras que las llantas, que eran de hierro, podían medir 15 centímetros de ancho. Hasta comienzos de la segunda década del siglo XXI, en la Provincia de Buenos Aires existía un único fabricante de este tipo de llantas hechas a forja, que estaba en la localidad de Chivilcoy.[1]

Dependiendo del porte, las carretas generalmente eran tiradas por tres yuntas de bueyes, conociéndose a la yunta que iba adelante de todo por el nombre de bueyes delanteros, caracterizados por ser los más conocedores de tal o cual camino. Luego, por detrás, le seguían los bueyes cuarteros, y la yunta más cercana al asiento del conductor de la carreta se componía de bueyes pertigueros, que eran los más fuertes o aptos para la cinchada. Finalmente, el conductor solía sentarse sobre un pellón de cuero ovejuno.

LAS DILIGENCIAS 

En la misma época en que los caminos rurales eran frecuentados por las carretas, también existían las diligencias. Se asemejaban por estar tiradas por tracción a sangre, si bien en el caso de las diligencias lo hacían con caballos, y no con bueyes.

Freitas da en señalar, que las diligencias se componían de “elevada caja, lugar donde iban los pasajeros, con grandes ruedas para poder atravesar los arroyos, lagunas o bañados, y además impedir que el agua mojara a la caja”. Dentro de la caja, los asientos estaban dispuestos lateralmente, y poseían cuatro ruedas en vez de las dos únicas que tenían las carretas.

Antigua diligencia que existe en el Complejo Museográfico Provincial “Enrique Udaondo” de Luján, Provincia de Buenos Aires.

El conductor de las diligencias, siempre munido del látigo o fusta, iba colocado delante de la caja, en un sitio que tuvo dos denominaciones: pescante o silla de mayoral. Las personas que deseaban trasladarse de un mojón civilizatorio a otro, se subían a una diligencia y tomaban asiento dependiendo su condición social, pues dentro de este vehículo rural, había pasajeros de 1º clase, de 2º clase y hasta de 3º clase.

Su ubicación se adecuaba a las normas de la época. Los que recibían la distinción de ser de “primera clase” se adentraba en la caja de la diligencia, a la cual se accedía mediante una escalerilla plegadiza de hierro que estaba en la parte trasera. Allí estaban protegidos, cómodamente sentados y podían observar el paisaje a través de unos ventanucos colocados para tal fin. En cambio, los pasajeros de “segunda clase” iban sentados en el sector llamado berlina, que estaba “Entre la caja y el pescante”, pues la berlina era “un asiento bajo (…) prolongación del techo o toldilla”, al aire libre. Se llegaba a este espacio apoyándose sobre los rayos de las ruedas. Por último, se reservaba para la gente de “tercera clase” el techo o tolda de la caja, donde usualmente iban los equipajes, las cargas y demás objetos.

De todas maneras, hay que tener en cuenta que no siempre se hacía constar una cualidad social o monetaria para discriminar por clases a los pasajeros, pues, si razonamos un poco, un anciano o un minusválido no podía trepar hasta el sector de la “tercera clase” para viajar en una diligencia. Por eso mismo, muchas veces los asientos laterales de la caja se reservaban para las madres con niños o para los ancianos que tenían disminuidas sus movilidades.

Quizás la más famosa diligencia de nuestra historia, ha sido la empleada por Juan Facundo Quiroga y su comitiva el día de su muerte, cuando el 16 de febrero de 1835 fue atacada por el capitán Santos Pérez a la altura de Barranca Yaco. Y la leyenda de Quiroga le dio mayor trascendencia a las diligencias, al dirigir, desde el pescante de una de ellas, las acciones de la Batalla de Rodeo de Chacón, Provincia de Mendoza, encuentro de armas acontecido el 28 de marzo de 1831 que lo vio triunfante por sobre las fuerzas unitarias del general José Videla Castillo.

Asesinato del general Juan Facundo Quiroga dentro de su diligencia, Barranca Yaco, Córdoba, febrero de 1835.

Asimismo, no omitiremos a una figura de romántica y pintoresca presencia en las diligencias de antaño. Hablamos del postillón, que era un jinete responsable de conducir la marcha del “caballo de la izquierda de cada pareja” que acompaña el polvoriento trajinar. Montero Lacasa dice que, detrás de esas parejas de caballos,

“iban otros seis caballos en una sola fila, uno al lado del otro, tirando “de pecho” los de la lanza y “a la cincha” los laderos.”  

Por lo demás, la diligencia también hacía un alto en las postas del camino y no se apartaban, en sus trayectos, de aquellos caminos que transitaban criollos e indios por igual. Un punto de encuentro o unión entre carretas y diligencias solía darse, dentro de la geografía bonaerense, en la localidad de Tandil, teniendo su auge allá por las décadas de 1860, 1870 y buena parte de 1880, cuando, por fin, el ferrocarril se adueñó de los horizontes.

Por Gabriel O. Turone 

Bibliografía: 

  • Coluccio, Félix. “Diccionario Folklórico Argentino”, Librería “El Ateneo” Editorial, Buenos Aires, Febrero de 1950.
  • Freitas, Néstor Jorge. “Historia dibujada de mi pueblo Quequén-Necochea”, Necochea, Provincia de Buenos Aires, 1992.
  • Montero Lacasa, José. “Prototipos Bonaerenses”, Carlos y Roberto Nale Editores, Buenos Aires, Diciembre 1954.
  • “Usina de datos acerca de nuestro pueblo”, Nº 8, Publicación de la Usina Popular Cooperativa, Marzo 1999.

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Referencias:

[1] Este dato me lo proporcionó el amigo Raúl Lambert, el cual se desempeña desde al año 2011 como Secretario de Cultura y Deporte de San Lorenzo de Navarro, Provincia de Buenos Aires.

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