LA MAZORCA, ENEMIGA DE LAS SOCIEDADES SECRETAS (1843)

El artículo que verá a continuación salió publicado en el Archivo Americano Nº6, del 31 de agosto de 1843. Da una explicación de lo que es la Mazorca o Más Horca, de quiénes la componen y qué fundamentos esgrimen para acometer sus actos. Explica que sus integrantes son hombres de honor y que poseen un alto grado de patriotismo, al tiempo que son enemigos declarados, así como el Restaurador Rosas, de toda clase de sociedades secretas y logias, abarcando, tal última definición, la aversión demostrada en tiempos de la Federación contra los unitarios que se iniciaban en la masonería. En los últimos párrafos se esgrimen argumentos que revisten una clarísima actualidad, donde el virtuoso, el que profesa amor por la patria y está dotado de valía es defenestrado y echado de menos por una prensa inmoral puesta al servicio del mal. Transcripción gentileza Gabriel O. Turone.

LA MAZORCA

 He aquí una palabra que ha puesto, y pone mucha bulla entre algunos escritores del Viejo-Mundo –De las prensas impuras de Montevideo pasó a las de Europa, y fue repetida con horror, sin ser entendida. Se estremecían las madres al considerar que sus hijos se hallaban en Buenos-Aires en contacto con la Mazorca: preguntaban los amigos con inquietud por la suerte que habían corrido sus compañeros, entregados al furor de la Mazorca: recelaban los comerciantes por sus expediciones que habían tenido la imprudencia de hacer al Río de la Plata, en un momento en que la ciudad de Buenos-Aires se hallaba bajo el yugo de la Mazorca; y hasta en la tribuna francesa se deploraban los excesos que había cometido esa terrible y furibunda Mazorca! Uno de los mayores cargos, dirigidos contra la administración del General Rosas, ha sido de haber tolerado la existencia de una sociedad, que se alimentaba del crimen, y era el baldón de nuestro siglo! –“¿Qué pensar de un hombre, decían sus detractores, que necesita el apoyo de la Mazorca para mantenerse en el mando, y qué respetabilidad puede tener un gobierno, que llama por auxiliares a los Mazorqueros?”.

Este es el concepto que se han formado de nosotros algunos de los órganos de “opinión pública en Europa”, cuyos errores importa deshacer, para que no se propaguen con detrimento de nuestro crédito y de nuestra dignidad nacional. Si hay hijos espúreos de América, capaces de denigrar de este modo al suelo en que han nacido, es un deber de los que se interesan en su honor, el defenderlo, y no permitir que el silencio, y el disgusto con que se oyen semejantes calumnias, se atribuyan a la imposibilidad de rebatirlas.

Todo cuando se ha divulgado sobre la pretendida Sociedad de la Mazorca, incluso su nombre, es un embuste. Existe en Buenos Aires, como sucede en todos los estados libres del mundo, una porción de ciudadanos, sumisos a las leyes, adictos al Gobierno, amantes de su país, que en los días de peligro se reúnen a la voz de las autoridades subalternas por disposición superior y sin misterio, abandonando sus negocios, separándose de sus familias, con ánimo deliberado y tranquilo, pasan los días y las noches en asiduas y patrióticas tareas, alternando con los encargados del buen orden, y no rehusando ningún servicio que se les exija para contener a los perturbadores.

Este fue el papel honroso que desempeñaron en los meses de Octubre y Abril, cuyos desórdenes les han sido imputados; cuando en realidad a ellos se debió en gran parte su cesación. En ambas crisis la ausencia del General Rosas, no sólo de la ciudad, sino del mando, entorpeció la pronta acción del gobierno, y no permitió que se aplicasen con más rapidez los medios de represión que la gravedad de las circunstancias hacía urgentes e indispensables. Pero todos los agentes del poder, todos los amigos del General Rosas, rivalizaron de celo para cortar estos males que estallaron como un rayo en el seno de una sociedad profundamente conmovida e irritada: y en aquella ocasión, las familias más expuestas al odio público, solicitaron con confianza el auxilio y amparo de la Sociedad Popular, a quien la prensa de Montevideo ha dado por escarnio el nombre de Mazorca, mientras que muchos salvajes Unitarios le deben la vida.

La Sociedad Popular (este es su verdadero nombre) no es un club, ni una logia: al contrario, esos virtuosos ciudadanos son los enemigos más decididos de las sociedades secretas, y el solo nombre de logia, o de logista, los llena de indignación y horror. Esta Sociedad no es otra cosa que una reunión de ciudadanos federales, de vecinos y propietarios, amantes de la libertad, del honor y de la dignidad de su patria.

Si las salas de comercio en esta ciudad, donde se juntan los hombres a tratar de sus negocios, y hablar de la política en favor y en contra de la marcha del Gobierno, en favor o en contra de los federales, no pueden, ni deben ser un objeto de censura para la Europa, menos debe serlo una sociedad, cuya existencia empieza y acaba con los días de tormenta, en que sus tareas se limitan a las que el gobierno juzgue a propósito confiar a su celo acendrado por nuestra libertad e independencia.

La Sociedad Popular (séanos permitido repetirlo) no es un club, ni una logia: si lo fuera no habría subsistido un instante bajo el gobierno del General Rosas, tan opuesto a esta clase de asociaciones: ni le hubiera valido decir que sus miembros eran fielmente adictos a la causa nacional de la Federación, como efectivamente lo son–No: el General Rosas con nadie transige cuando se trata de hacer cumplir sus disposiciones, una de ellas es que no se introduzca en el país el espíritu de secta, que solo fomentan los gobiernos débiles o facciosos.

Hemos insistido en estos pormenores, para desmentir con hechos incontestables el carácter de club político que se ha pretendido dar a una reunión de ciudadanos, que ninguna influencia ejercen en la política del país, ni en los actos del gobierno. Y sin embargo, en el exterior hay quien cree que Buenos-Aires está entregada al furor de un club como el de los Jacobinos en Francia, que hacía temblar a los Ministros, a los Generales, y a la misma Convención; o parecido a los Comuneros de la Puerta del Sol en Madrid, que, en virtud del derecho que se habían arrogado, “de juzgar, condenar y hasta ejecutar a cualquiera”, mataron a martillazos al capellán del Rey, Vinueza. ¡Triste condición de los hombres y de los pueblos, cuyo honor puede ser vulnerado impunemente por el primero que se atreva a mancillarlo!

Un ladrón sacrílego, por incidentes desgraciados, se apodera de la prensa en Montevideo, y llega a ser el órgano de un gobierno anti-Americano e inmoral. Uno y otro, arrastrados de su pravedad, y de la falsa posición en que se hallan, prodigan el sarcasmo, la mentira, la impostura, todos los artificios de que suelen echar mano los seres degradados y proscritos de la sociedad de los hombres honrados. Estos impíos hacen correr sus infames producciones, se reproducen y acreditan sus diatribas, y los ciudadanos beneméritos, los gobiernos patriotas, quedan bajo el peso de una acusación promovida y llevada adelante por la hez del mundo. Nadie se libra de sus acometimientos: cuanto más elevada es la posición social de los individuos, cuanto más acrisolado su patriotismo, o mejor establecido su crédito, tanto más recios y repetidos son los ataques. Se insulta a todos con una procacidad poco común, aún en esta clase de malvados. Que se llame injusto al juez que condena en nombre de la ley; déspota al gobierno inexorable contra los malhechores; serviles a los que cruzan los planes de los díscolos, ni es nuevo, ni extraño: pero que se viole la mansión de los muertos, que se escarnezcan a los sacerdotes, que se atente al pudor de las vírgenes, esto sí que es salvaje, inaudito y bárbaro. Hasta la defensa de las personas virtuosas y respetables que han sido agredidas de un modo tan brutal, nos parece un ultraje. No tenemos valor para emprenderla, y entregamos a la execración y al desprecio del mundo al impío y soez libelista que se ha atrevido a profanar objetos tan dignos del respeto y la estimación pública.

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