ROSAS, EL PARAGUAY Y UNA QUEJA AL IMPERIO AUSTRO-HUNGARO

Fue el Restaurador Rosas un gobernante que jamás se doblegó ante los objetivos que se había trazado a la hora de administrar, siendo, una de ellas, el no reconocimiento de la independencia de la República del Paraguay, hecho que, de facto, ya había ocurrido en el año 1811.

Ello tenía que ver con un concepto enraizado en su formación de estadista, como ser la de acceder al poder político con la idea firme de restaurar el viejo orden hispánico, lo que iba de suyo el mantenimiento territorial del antiguo Virreinato del Río de la Plata, el cual iría desmembrándose por propias inacciones vernáculas y por la consabida extorsión de los intereses supranacionales. Desde luego, que existe una lista de apellidos que posibilitaron el desmembramiento paulatino de nuestra nación: Bernardino Rivadavia, Manuel José García, Domingo Faustino Sarmiento, el joven Juan Bautista Alberdi, etc., etc.

El primer desplante que Rosas le hace a los paraguayos sucede cuando éstos envían, a Buenos Aires, al Secretario de Gobierno Juan Andrés Gill Noguera[1], con la idea de que el Restaurador haga, por fin, un reconocimiento oficial de la independencia guaraní.[2] Juan Manuel, sin embargo, lo recibiría a Gill bajo el disminuido título de representante “de la provincia del Paraguay”, restándole trascendencia a su abultada investidura.

Tabaquera que perteneció a don Felipe Arana, Ministro de RR.EE. de Rosas. Estampó su firma en la misiva de protesta contra el Imperio Austro-Húngaro.

A decir verdad, no era el Gobernador bonaerense una personalidad de irreductibles posturas, pues, en el caso que convoca estas líneas, el 26 de abril de 1843 había escrito, en nota oficial, que de volverse irreversible la independencia del Paraguay, “jamás las armas de la Confederación turbarán la paz del pueblo paraguayo y que se lisonjea que estos sentimientos son universales en la Confederación”. Pero, a renglón seguido, señalaba que, dentro de la región continental, el país más interesado en tal independencia era el Brasil, de quien sospechaba “se apresuraría a reconocer esa independencia para beneficiarse de ella”.

Un año más tarde (1844), el gobierno del Paraguay vuelve a organizar una misión diplomática ante Rosas, esta vez siendo encabezada por Manuel Pedro de la Peña. El reclamo se basó, en su punto central, en que Argentina, no bajo la Federación sino mucho antes, había cedido parte de su territorio norteño a Bolivia, en lo que era el Alto Perú[3], y, otro tanto, al Uruguay –ex Provincia de la Banda Oriental-. La respuesta argentina fue, Rosas mediante, que esos cercenamientos se produjeron de forma involuntaria por parte nuestra, lo cual era cierto.

Esgrime Fernández Cistac, que Brasil foguea los, ya de por sí, numerosos conflictos continentales al reconocer la Independencia del Paraguay el 14 de septiembre de 1844, en un claro desafío hacia la Confederación Argentina. Y, ni lerdo ni perezoso, el 7 de octubre del mismo año suscribe un Tratado de Amistad y Comercio, pero procurándole los brasileños que, en caso de “guerra contra otro Estado”, el Paraguay sería ayudado por el Brasil.[4] Los unitarios, como fieles exponentes de su aversión al resguardo territorial de la patria, se unieron a esta villanía, por lo cual la Provincia de Corrientes, unilateralmente, firma un Tratado de Alianza Ofensiva y Defensiva el 11 de noviembre de 1845, apenas unos pocos días antes del comienzo de la Guerra del Paraná.

El atrevimiento entre los unitarios correntinos y los paraguayos no cesó ahí, pues unieron sus ejércitos y proclamaron, desvergonzadamente, al general José María Paz con el título militar de Comandante en Jefe de las Fuerzas conjuntas. Y mismo Corrientes, ya la Confederación Argentina en plena lucha contra los anglo-franceses, le declaró la guerra a la Provincia de Buenos Aires el 4 de diciembre de 1845. Nada más artero que una tal felonía.

Emperador Pedro II de Brasil. Durante varios años, fogoneó la Independencia del Paraguay para crearle a Rosas otro frente de conflicto.

A todo esto, el general Tomás Guido, embajador argentino en Río de Janeiro, se encargará de desacreditar el reconocimiento de la Independencia del Paraguay por parte de Brasil en septiembre de 1844, al argumentar que “la Confederación Argentina no la de fuerza ni valor alguno a la independencia paraguaya…”. La diplomacia brasileña evitaría, por su parte, la renuncia diplomática y el regreso a suelo argentino del embajador Guido, cuando éste había actuado en consecuencia el día 17 de agosto de 1846. No obstante, Tomás Guido le aseguró al canciller Limpo de Abreu que, aun reconociéndosele la independencia al Paraguay, la Confederación Argentina nunca haría intercambio diplomático ni firmaría tratado bilateral alguno con esa nación.

La amenaza de Corrientes sobre Buenos Aires concluyó tras la batalla de Vences, ocurrida el 27 de noviembre de 1847, cuando la tropa de Justo José de Urquiza derrota al general Joaquín Madariaga. Como resultado de ello, Corrientes vuelve a formar parte de la Confederación Argentina. Por su parte, Carlos Antonio López tampoco va a hacer mucho contra Juan Manuel de Rosas, por eso reviste una medular importancia la misiva que López le hace llegar al Gobernador bonaerense, con fecha 16 de octubre de 1849, en la cual resuelve

“suspender el reconocimiento de la independencia paraguaya hasta la reunión del Congreso General de las Provincias Unidas.”[5] 

Sin embargo, la indefinición de proclamar, o no, la Independencia de la República del Paraguay, va a motivar otro conflicto diplomático, tal vez el más insospechado y desconocido de todos.

ESCANDALO CON VIENA 

Hasta el año 1840, el Imperio Austro-Húngaro no se había pronunciado a favor del reconocimiento de la Confederación Argentina como nación soberana, instancia que molestaba tanto a la diplomacia vernácula como al propio Juan Manuel de Rosas. No era para menos, sin embargo, si nos ubicamos en ese contexto mundial, todavía existían muchos países que, llegados a la década de 1840, todavía no habían reconocido a la Argentina como país independiente.

Para ejemplificar lo dicho, Oscar I, Rey de Suecia y Noruega, nos reconoció soberanos recién el 3 de enero de 1846, originando la instalación en el Plata de sendos consulados. Mientras que, Dinamarca proclamó nuestra soberanía entre agosto de 1840 y mayo de 1841, gracias a un trámite de su poder real, entonces a cargo del soberano Christián VIII. España, cuyos conquistadores habían mixturado su cultura con la del aborigen para darle vida a lo hispano-criollo, no nos quiso ver como independientes sino hasta 1859/1860. Como vemos, la postura del Imperio Austro-Húngaro no implicaba entonces una rareza en esos primeros años de la segunda mitad del siglo XIX.

Rarísima pintura de soldados de la época de Rosas, realizada en 1851 por el marino sueco C. Skogman, tripulante de la fragata “Eugenia”. Se reanudaron los contactos entre Suecia/Noruega y la Confederación Argentina cuando el rey Oscar I reconoció nuestra soberanía en 1846.

No obstante, hubo un hecho que sí irritó el ánimo del Restaurador de las Leyes, y fue que para 1848, desde la capital Viena, se habían hecho los trámites pertinentes para proclamar la Independencia del Paraguay. Rosas activó, entonces, todos los medios diplomáticos de que disponía a través de una nota de protesta que, en comparación con otras tantas que le hemos conocido al Gobernador, era por demás extensa y puntillosa en el análisis que guardaban sus párrafos.

Al pie tenía la firma de su canciller, don Felipe Arana, y estaba fechada en enero 13 de 1848. El destinatario era el Ministro de RR.EE. del Imperio Austro-Húngaro. Los párrafos más salientes de la airada protesta, decían que Rosas “ha mirado con el más vivo pesar este acto del gobierno de S. M. [el emperador Austro-Húngaro], que menoscaba los derechos e integridad de la Confederación Argentina, y no ha podido menos que persuadirse que él haya emanado de falta de conocimientos exactos en el gobierno de V. E. sobre estos países”. Argumenta la nota que, al declararse la Independencia Argentina de la dominación española, “Parte de ella era el Paraguay, y esta provincia, como las demás que componían el virreinato de Buenos Aires, desde que fue tremolando el estandarte de la revolución, sujetáronse a la autoridad de la junta gubernativa que (…) asumió el poder de los virreyes”. Es categórico el Restaurador en su posición, calificando al Paraguay como provincia argentina. Además, aclara sobre la existencia de “Documentos incontestables” que “sostienen el hecho auténtico, que desde aquella época la provincia del Paraguay se reconoció como una parte integrante de la República Argentina, formando un mismo estado, y sujetándose a la dirección inmediata de las autoridades de Buenos Aires, creadas en reemplazo de las españolas”.

En la carta dirigida a la máxima autoridad del Imperio Austro-Húngaro, la diplomacia de la Federación invoca el Tratado firmado el 12 de octubre de 1811 entre “la provincia del Paraguay y la de Buenos Aires”, por el cual ambas se declararon “unidas en federación o alianza indisoluble”, unidas, acaso, estratégica y militarmente para combatir eventuales enemigos que socaven su libertad. Analiza, y afirma, que el aislamiento posterior del Paraguay, producto de un “gobierno excepcional”, en nada contribuyó al esfuerzo de las demás provincias para alcanzar la independencia. Y tal aislamiento era considerado una cuestión doméstica, y no tanto el deseo de erigirse dicho territorio en un estado independiente.

Óleo “El derrotado en Vences”, de Juan Manuel Blanes. El resultado de esa batalla, librada en 1847, determinó el final de la belicosidad de Corrientes versus Buenos Aires, y la reintegración de aquélla a la Confederación.

Párrafos más adelante, el gobierno argentino sigue diciendo que la escisión resultaba en beneficio del Imperio del Brasil, y gracias a la intrínseca habilidad de sus “agentes diplomáticos” que hacían irradiar esa postura por las cortes europeas y de los demás países americanos.[6]

La respuesta de Viena fue, lisa y llanamente, el silencio. Y esto motivó el cierre de relaciones entre ambas naciones, la Confederación Argentina y el Imperio Austro-Húngaro, reanudándose el 27 de octubre de 1870. Como conclusión, ya para entonces la Argentina perdería 406.752 km² que, por desgracia, se habrían de sumar a otras extensiones más producto del desinterés y la connivencia con el extranjero.

Por Gabriel O. Turone

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Referencias:

[1] Gill Noguera fue Diputado hacia 1842, cumpliendo un rol fundamental en la declaración solemne de la Independencia del Paraguay. Más tarde, ejerció como Ministro de Relaciones Exteriores de Carlos Antonio López. Había nacido en Asunción por 1796, y vio el ocaso en la misma ciudad capital el 23 de septiembre de 1865.

[2] Recuérdese, que Rosas tenía a su cargo el manejo de las relaciones internacionales de la Confederación Argentina.

[3] Esta vasta extensión de tierra abarcaba las Intendencias de La Paz, Cochabamba, Charcas y Potosí, y los Gobiernos de Moxos y Chiquitos. Dentro de sus jurisdicciones hoy se hallan las actuales ciudades de Tarija, Potosí, Cochabamba, La Paz y Santa Cruz de la Sierra, entre otras.

[4] Fernández Cistac, Roberto. “La patria perdida”, Instituto de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas”, Buenos Aires, agosto de 1994, página 63.

[5] Op. cit., página 66.

[6] “La Nación”, Número especial en el Centenario de la Proclamación de la Independencia. 1816 – 9 de Julio – 1916, página 614.

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