LA VETA REVISIONISTA Y TRADICIONALISTA DEL DR. RAMON CARRILLO

El eminente sanitarista había nacido en el seno de una familia de vieja raigambre histórica. Su bisabuelo paterno, don Marcos Carrillo, era nacido en España, y había venido al Plata en calidad de oficial del ejército realista para luchar en el Alto Perú contra las fuerzas patriotas del Ejército del Norte.

Este Carrillo se halló en la batalla de Salta el 20 de febrero de 1813, cayendo “prisionero del general Manuel Belgrano”. Recién a los seis años (1819), Marcos Carrillo recuperó la libertad, casi al mismo tiempo en que contrajo nupcias con la criolla santiagueña Ascención Taboada: fue el puntapié inicial de la familia Carrillo en la Provincia de Santiago del Estero.

De la unión entre Marcos Carrillo y Ascención Taboada va a nacer Belisario Carrillo, abuelo de Ramón, hacia 1848, en plena gobernación del caudillo federal Juan Felipe Ibarra.[1] La esposa de don Belisario, la señora María Saavedra, había tenido antepasados que abrazaron la causa federal en una de las tantísimas montoneras que se resistieron, por muchos años, a caer bajo el yugo liberal.

Siguiendo la descendencia de los Carrillo, don Ramón Carrillo Saavedra, de profesión periodista y docente [2], a la vez que padre de nuestro biografiado, fue un importante referente de Julio Argentino Roca en Santiago del Estero. Desde dicha posición política accedió, en tres oportunidades, a una diputación provincial. Este roquista empedernido estaba casado con una pariente lejana, la linajuda María Salomé Gómez Carrillo.[3]

La niñez de Carrillo estaba llena de figuras campestres y folklóricas, tal como lo resume con brillante exactitud Rodolfo A. Alzugaray:

“En su infancia hay patios inmensos, el gusto salobre del agua de pozo, la dulzura del patay, los quesillos envueltos en hojas verdes de palán, los guisos humeantes que traía la madre, los locros de maíz, las empanadas, los días de las fiestas patrias con escarapelas…”  

ADMIRADOR DE LOS CAUDILLOS IBARRA Y QUIROGA

El doctor Ramón Carrillo ha sido uno de los más encumbrados cultores del tradicionalismo argentino. En su etapa de estudiante secundario fue admirador del brigadier general Juan Felipe Ibarra, hombre fuerte de su Santiago del Estero natal y aliado del gobernador bonaerense Rosas en épocas de la patria confederada.

Detalle de un cuadro no muy divulgado del brigadier general Juan Felipe Ibarra. Por él sentía admiración el doctor Ramón Carrillo desde su juventud.

Durante la adolescencia, Carrillo estudió en el Colegio Nacional de Santiago del Estero, en cuyo edificio estaba ubicado el solar donde el caudillo Ibarra había tenido su casa particular. Aclara Daniel Chiarenza que, siendo estudiante, el doctor Ramón Carrillo ya mostraba una pronunciada “inclinación hacia la geografía y la historia”, vocación que lo llevó a interesarse por sobremanera en los orígenes políticos criollos de Santiago del Estero, período en el que indefectiblemente ya aparecía el nombre de Juan Felipe Ibarra. Lo primero que supo de éste –y que lo deslumbró- fue su famosa rebelión autonomista que permitió que la provincia de Santiago del Estero dejase de pertenecer o estar bajo la jurisdicción de Tucumán. Fue Ibarra el primer gobernador provisorio de la provincia que lo había visto nacer y crecer a Carrillo. Movido por sus claros sentimientos arraigados al terruño, el futuro ministro de Salud peronista se vio impulsado “a escribir algo sobre el caudillo”, llevando adelante una interesante labor revisionista “cuando contaba jóvenes dieciséis años y transitaba por el último año del secundario”[4].

Lo que empezó como simple curiosidad, con el correr de los meses fue convirtiéndose en una estupenda monografía a la cual intituló Juan Felipe Ibarra, su vida y su tiempo, obra que presentó al profesor de Historia del Colegio Nacional santiagueño. Inserta en la corriente historiográfica del revisionismo, tendiente a enaltecer las características de lo telúrico o lo gauchesco, la monografía de Ramón Carrillo fue premiada en 1922 “con una medalla de oro que llevaba la inscripción: “Damas Patricias””, de acuerdo a Chiarenza.

Otra figura del federalismo a la cual admiró Carrillo era el brigadier general Juan Facundo Quiroga, “El Tigre de los Llanos”, tal vez por influencia de su padre, don Ramón Carrillo, hombre partidario de “las ideas progresistas del roquismo y del nacionalismo democrático del interior”. Había sido Ramón director del periódico El Siglo de Santiago del Estero, por lo tanto, se trató de un genitor culto y de fuerte apego por el solar nativo.

LO TRADICIONAL, LO GAUCHESCO Y EL SOLDADO IDEAL

El visceral apego a las tradiciones criollas que ha tenido el doctor Carrillo desde joven, le dio la oportunidad de relacionarlo con su profesión de médico al prefigurar, una vez metido de lleno en la función pública, una política sanitarista muy personal y con grandes visos tendientes al mejoramiento de la población en sus aspectos físicos, psíquicos, intelectuales y étnicos. Hasta su designación en 1946 como Secretario de Salud Pública durante el régimen Nacional Justicialista, nuestro país jamás había tenido un desarrollo tan importante en materia de salud. Lo que buscaba Juan Perón de él era la elaboración planificada desde el Estado de una política sanitaria sin precedentes.

Se ha dicho, por ejemplo, que el doctor Carrillo instaba a las clases dirigentes a rescatar “la tradición y los valores gauchescos” que para él eran las fuerzas germinales del país, el cual, a futuro y por esas mismas fuerzas, podía llegar a ser el más rico en el porvenir. Para Carrillo, el gaucho era una figura mítica que estaba llamada a colocarse al frente de una “revolución moralizadora” destinada al encuentro o rescate de nuestra perdida “esencia nacional”. Este tipo de críticas, las va a manifestar durante el segundo gobierno de Hipólito Yrigoyen, en 1929. [5]

Tras el golpe de Estado del 4 de junio de 1943, Ramón Carrillo se desempeña como jefe del servicio de neurología y neurocirugía del Hospital Militar Central, desde el cual va a tomar contacto por primera vez con el coronel Juan Perón a finales de 1945. En esos días, comienza el eminente sanitarista a desarrollar algunas ideas para crear un “soldado ideal” con el fin de que, sirviendo en la milicia, conserve e irradie un “sentimiento argentinista” profundo y vivaz. De modo que Carrillo ideaba llevar a buen término algunos estudios capaces de desarrollar argentinos con virtudes gauchescas, tradicionalistas y militares. Para ello, entendió desde el comienzo que Perón era el “gran conductor de un movimiento popular, que rescataba lo mejor de nuestras tradiciones federalistas del interior”, condición que le permitió orientar su programa de salud en un sentido desconocido hasta entonces, sabiendo que el presidente justicialista lo iba a aceptar sin regañadientes. La Salud Pública contó, de 1946 a 1949, con un presupuesto muy superior al que percibían las restantes dependencias estatales.

La todavía Secretaría de Salud Pública del Nacional Justicialismo hacía votos para el estudio consciente de la demografía nacional, o sea, de la población argentina, y desde varios aspectos: composición sexual y etaria, su distribución por zonas, el movimiento demográfico, nacimientos, matrimonios, defunciones, crecimiento vegetativo y movimiento migratorio. La creación en 1948 del Instituto de la Población por impulso del Primer Plan Quinquenal, iba a resultar fundamental para esta política poblacional y de perfeccionamiento del ser nacional.

Ese último año, la Secretaría atendía las “condiciones ambientales” en que vivían los argentinos, afirmando lo que sigue: “El estudio de la geografía es de fundamental importancia para la acción sanitaria” pues el “conocimiento del medio geográfico mediante un estudio detallado y metódico permite determinar las causas de muchas perturbaciones desde el punto de vista sanitario y orientar a la población hacia su mejor adaptación a dichos ambientes”. De modo que los colaboradores de Ramón Carrillo, bien podían mejorar con estas políticas las condiciones habitacionales y ambientales de nuestros gauchos en el campo, hacer que vivan con mayor dignidad cual política proclive a su mejoramiento y ascenso social en la Nueva Argentina. Como botón de muestra, se dice que la construcción de hospitales rurales abarcaba el 47% del total de las obras construidas entre 1947 y 1951. Pero incluso para lograr el comedido, era menester el estudio del clima, la hidrografía, el subsuelo, la geografía física, la oro-hidrografía y la geografía humana en cada una de las zonas del país, tarea que le correspondía a la Sección de Geografía Sanitaria de la Dirección de Demología –del que dependía el Instituto de la Población-.

15 de octubre de 1954. Esta sería la última fotografía de Ramón Carrillo en Argentina. Está platicando junto a familiares y amigos momentos antes de viajar hacia los Estados Unidos. Ya había manifestado sus diferencias con el devenir del régimen peronista, del que nunca, sin embargo, abjuró.

Esta formidable plataforma destinada a la salud pública a la que Carrillo proclamaba como un Plan Quinquenal de Salud, debía aspirar a que “con el correr de los años nuestra amplia, noble y generosa tierra se encuentre poblada por hombres y mujeres sanos” capaces de producir lo necesario y que estén dispuestos a “defender su patria con sangre vigorosa como la supieron defender nuestros gloriosos antepasados”. A través de la Dirección de Protección a la Madre y al Niño, la Secretaría de Salud Pública ambicionaba “plasmar la raza fuerte necesitada por la gran Argentina de hoy” mediante una asistencia integral que no deje aspectos sin tratar. No había excluidos, pues la Dirección se ocuparía de los niños sanos, enfermos, lisiados, abandonados y huérfanos, y lo mismo para las madres, así sean empleadas u obreras, solteras o casadas, primerizas o abandonadas.

El progreso de la raza criolla argentina fue contemplado también en la práctica deportiva. Así, la Dirección de Higiene y Medicina del Deporte hablaba de contribuir “al perfeccionamiento del ser humano en una doble faz física y espiritual”, aconsejando la gimnasia y los juegos deportivos. Por su parte, los Centros de Medicina del Deporte, que eran construidos de acuerdo a las exigencias climáticas y a las necesidades de la zona, llevaron “a nuestra raza a un elevado perfeccionamiento físico y espiritual”. Se pasaba “música nativa y clásica” en dichos centros de medicina, y se impartían clases de labores, de cerámicas, etc., y hasta se levantaron copiosas bibliotecas con el fin de “acrecentar la cultura sanitaria” de la población. La Dirección de Medicina del Deporte quería transmitir y aumentar “el amor a la madre tierra y a la vida al aire libre” erigiendo centros vacacionales y turísticos en lugares campestres de descanso.

Carrillo va a decir que los desórdenes alimenticios constituían dos tipos de problemas, uno de índole “biológico”, y entre las demostraciones para afirmar eso él se basaba en que “la mitad aproximadamente de los varones son declarados ineptos para el servicio militar en el momento de la conscripción”, sea por afecciones o por defectos físicos que son producto casi siempre de una mala alimentación. Para paliar este flagelo, había que poner énfasis en la ‘educación alimentaria’, aunque, previamente, era necesaria una investigación del estado de nutrición del pueblo. El Estado –mediante la Secretaría de Salud Pública nacional- era el encargado de fijar las reglas para una adecuada producción y conservación de los alimentos a todo el territorio, de acuerdo “a las diversas situaciones biológicas, económicas y sociales”.

La política sanitaria del peronismo apuntó a la “ampliación del concepto de ciudadanía social” para ir al rescate del ser nacional y de “la verdadera cultura argentina”, esta es, la de la tradición y los valores gauchos que tuvieron su mejor momento en la “historia preliberal y preinmigratoria” [6]. Teniendo habitantes sanos que periódicamente asistan a los centros sanitarios para hacerse controles, resultaba la mejor fórmula para obtener argentinos esencialmente fuertes como los criollos de tierra adentro. De allí surgiría una “esencia nacional” a la que había que redescubrir y restaurar, concluía Carrillo.

DEFENSA DEL CATOLICISMO

Los aires y el paisaje santiagueño de su infancia y primera juventud, agregado a la riquísima historia y tradición familiar de sus antepasados, hicieron del púber Ramón Carrillo una personalidad de profunda fe católica y sentimientos nacionalistas y humanitarios.

Él mismo recordará en su obra Contribuciones al conocimiento sanitario. Introducción a la Neurocirugía (Eudeba), una anécdota que vivió junto a su padre y que, al parecer, lo marcó para siempre en la formación de su personalidad. Decía esto:

“Mi primer maestro fue mi padre. Yo tenía trece años; un día, me llamó a la biblioteca y me entregó seis libros diciéndome: Pongo en tus manos estos libros, trata de leerlos, aunque no los entiendas, pero sigue leyéndolos toda la vida, y quizá, cuando seas viejo, comprenderás algo de lo que dicen; quienes los escribieron son océanos. Esos libros eran La Filosofía Positiva, de Augusto Comte; La Divina ComediaEl Fausto, de Goethe; El Paraíso perdido, de Milton; Don Quijote de la Mancha y La Biblia…”

Cuando el siglo XX empieza a transitar los años 30, Carrillo, ya recibido de médico en 1929, se siente plenamente identificado con el nacionalismo en auge que irradiaban ciertos círculos intelectuales del país. En esos años, comenzará a hurgar en los escritos de Leopoldo Lugones, en las reflexiones del genial Enrique Santos Discépolo y en el canto y la poesía de firme carácter popular de Atahualpa Yupanqui y Homero Manzi, este último, uno de sus más grandes amigos desde que compartieron la escolaridad.

Su máximo esplendor sanitarista, lo halló cuando fue Secretario y Ministro de Salud Pública de la Nación a partir de 1946, investidura que le otorgó el entonces Presidente de la Nación, teniente general Perón. Esta nota no tiene la intención de referirse a la majestuosa obra en pos de la sanidad argentina que realizó el Dr. Ramón Carrillo, pues excedería el objetivo particular con que fue concebida la misma. Sin embargo, sí esbozaremos que, hasta su renuncia como Ministro de Estado el 27 de julio de 1954, Carrillo privilegió los valores de la religión católica toda vez que le tocó defender la salud pública o erigir una obra para asistir socialmente al pobre o al minusválido.

Su renuncia tuvo, al parecer, dos motivos insoslayables. El primero de ellos tiene que ver con su total desacuerdo con la figura del Vicepresidente de la Nación, contralmirante Alberto Teisaire, quien había asumido dicha función el 7 de mayo de 1954. Como aclara Daniel Chiarenza,

“…el grupo que respondía al contralmirante [Teisaire] se caracterizaba por su gran mediocridad, por la constante instigación a Perón a verticalizar más las estructuras partidarias, y por su inocultado masonerismo, cuestión –esta sí- que repugnaba a los sinceros sentimientos cristianos de Carrillo.”  

Como puede advertirse, la filiación masónica del vicepresidente no le simpatizaba en lo más mínimo.

Fotografía familiar. Ramón, con sus anteojos característicos, se ubica detrás de su padre, el diputado y hombre de letras Ramón Carrillo Saavedra. Los demás son sus hermanos y algún sobrino.

La otra cuestión, emparentada con la anterior, tuvo que ver con el enfriamiento de las relaciones del gobierno respecto de la Iglesia Católica [7], y también por ciertos errores políticos cometidos por Perón en sus últimos meses, que habían llevado al régimen a un endurecimiento en su posición y a una burocratización de las estructuras político-partidarias. Por eso mismo, Ramón Carrillo lo instó a Perón a realizar una suerte de “apertura política” que deje de lado, entre otras cuestiones, la “propaganda reiterativa” y la “falta de imaginación que desde la Secretaría de Prensa y Difusión dirigía Raúl Apold”, lo mismo que un “replanteo de la política educativa”.[8]

La explicación que daba el doctor Carrillo acerca de la contraria actitud del gobierno peronista con respecto al credo católico, él decía que se basaba “en perimidos argumentos y banderas de la vieja izquierda liberal”.

Hasta que se fue del país a bordo de la motonave “Evita”, el 15 de octubre de 1954, Ramón Carrillo mantendrá en firme su postura frente a lo que él entendía era el debilitamiento interno del propio movimiento que gobernaba desde junio de 1946.

Por Gabriel O. Turone

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Bibliografía:

*) Alzugaray, Rodolfo F. “Ramón Carrillo o la salud pública”, Revista Todo es Historia, Año X, Nº 117, febrero de 1977.

*) Chiarenza, Daniel. “El olvidado de Belem”, Adrifer Libros, Buenos Aires, diciembre de 2005.

*) Fariña, Oscar y Blatt, Graciela. “Profesor Doctor Ramón Carrillo y el desafío de recuperar el pensamiento sanitario nacional”, trabajo inserto en “El nacimiento de un hospital”, de Ricardo Algranati y Liliana Siede (compiladores), Editorial Dunken, Buenos Aires, 2004.

*) Ramacciotti, Karina Inés y Khon Loncarica, Alfredo Guillermo. “Una aproximación a las conexiones ideológicas del primer Ministro de Salud de la Argentina (1929-1946)”, Horizontes, Bragança Paulista, Enero/Diciembre 2003.

*) Turone, Gabriel O. “Tradicionalismo y folklore en el Nacional Justicialismo”, inédito.

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Referencias:

[1] Según otras fuentes, Belisario Carrillo Taboada nació en 1843, viendo el ocaso hacia 1896.

[2] Habiendo egresado como docente en la Escuela Normal de Paraná, ejerció como Profesor en el Colegio Nacional de Santiago del Estero.

[3] Doña María Salomé Gómez Carrillo sobrevivió por muchos años a su hijo el Dr. Ramón Carrillo. Había nacido el 13 de mayo de 1885 y falleció el 15 de abril de 1979, a los 93 años de edad.

[4] Chiarenza, Daniel. “El olvidado de Belem”, Adrifer Libros, Buenos Aires, Diciembre de 2005.

[5] Ramacciotti, Karina Inés y Khon Loncarica, Alfredo Guillermo. “Una aproximación a las conexiones ideológicas del primer Ministro de Salud de la Argentina (1929-1946)”, Horizontes, Bragança Paulista, Enero/Diciembre 2003, página 77.

[6] Ramacciotti, Karina Inés y Khon Loncarica, Alfredo Guillermo. “Una aproximación a las conexiones ideológicas del primer Ministro de Salud de la Argentina (1929-1946)”, Horizontes, Bragança Paulista, Enero/Diciembre 2003, página 71.

[7] Este hecho, ocasionó la desilusión de no pocos dirigentes que habían acompañado a Juan Perón desde 1945 en su carrera política. Por nombrar a algunos, encontramos a Gustavo Martínez Zuviría (Hugo Wast), Ernesto Palacio, Arturo Sampay, Virgilio Filippo, etc.

[8] Este punto es muy interesante, y acertado, en cierta medida, si lo confrontamos a los conceptos que vertió el propio Juan Domingo Perón en sus primeras semanas de exilio. Expresó, entonces, que “Nuestros enemigos no nos han derrotado; sino que hemos caído víctimas de nuestras debilidades internas. O, con mayor rigor, de nuestras defecciones, de nuestro aburguesamiento”. (“Coloquios con Perón”, de Enrique Pavón Pereyra, Editores Internacionales Técnicos Reunidos, Madrid, España, 1973, página 185)

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