LAS DOS ARGENTINAS, por Osvaldo Guglielmino (2002)

Poeta, profesor, dramaturgo, escritor y martinfierrista de alma, don Osvaldo César Guglielmino ha dejado este mundo el 20 de febrero de 2018, con 96 lúcidos años de edad. Su aporte fue magnífico y polifacético, teniendo por eje al tradicionalismo criollo como aquella herramienta fundamental para ser nosotros mismos, sin la tiránica necesidad de echar mano a fórmulas ni forzosos planteos foráneos. Escritor consagrado, deja un legado riquísimo, culto y popular, que se tradujo en obras de lectura obligada, entre ellas Ida y Vuelta de Juan Sin Ropa (1949)Rafael Hernández, el hermano de Martín Fierro (1954)Americanismo y Peronismo (1990)Perón, Jauretche y el revisionismo cultural (1998)  o su más reciente Manuel Dorrego. Civilización y Barbarie (2014). Jóvenes Revisionistas, a través del escrito que se transcribe a continuación, le rinde un sincero homenaje a uno de los más lúcidos pensadores de lo nacional del último medio siglo argentino. Publicado en la revista “Peronistas para el debate nacional” (Año 1 – Número 2, Noviembre de 2002), el artículo se llama Las dos Argentinas, y es el título de toda una vida de lucha por el esclarecimiento de las conciencias, obnubiladas por el cipayismo del esnob, la inmediatez y la malhadada globalización. Descanse en paz, poeta gaucho. Transcripción gentileza Gabriel O. Turone.

LAS DOS ARGENTINAS 

Yo soy un hombre, una vida humana condicionada por la cultura del interior argentino, del oeste profundo de la provincia de Buenos Aires, donde nací, me eduqué, viví hasta la hombría. Fue indudablemente por eso que, hace unos años, al disertar en esta ciudad capital sobre cultura nacional me surgió espontáneamente esta expresión: <<Al que está sellado por la cultura de su tierra y de su pueblo la Universidad no lo desquicia>>.

Lo decía recordando mi paso por la Facultad de Humanidades de La Plata con toda su información universalista, apoyada seguramente en la anterior del bachillerato enciclopedista, que se tornaba por ello formativa y nos desterraba espiritualmente en gran medida. Aprendíamos todo lo de afuera, que por el solo hecho de serlo era superior, en la medida que ignorábamos todo lo nuestro, sus potencialidades y posibilidades generales.

No solamente lo ignorábamos, sino que hasta lo despreciábamos.

Poco después, esa posición mía encontró el amparo del martinfierrismo en expresiones de Rafael Hernández, seis años menor que su hermano José, -el autor del gran poema épico nacional, Martín Fierro– y fundador de la Universidad de La Plata, rol del que fue despojado en beneficio de Joaquín V. González, que intervino en su nacionalización quince años después de su creación. Rafael había dicho en 1896: <<Lo primero que conviene estudiar en nuestras escuelas es todo lo nuestro, así sellaremos la reacción contra la vieja escuela que nos mantiene eruditos y envidiosos de todo lo extranjero e ignorantes de todo lo nuestro>>.

El propio José lo había expresado sonoramente en una de las magistrales sextinas del Martín Fierro:

<<Hay hombres que de su cencia

tienen la cabeza yena;

hay sabios de todas menas,

mas digo, sin ser muy ducho,

es mejor que aprender mucho

el aprender cosas güenas.>>

<<Aprender mucho>> es su referencia crítica al enciclopedismo reinante y las <<cosas güenas>> a las cosas nuestras, seguramente a aquellas a las que se referiría el filósofo español José Ortega y Gasset en una de sus conferencias dictadas aquí en las primeras décadas del siglo pasado con este consejo: <<¡Argentinos: a las cosas!>>. Que hubiera estado mejor si hubiera dicho: <<¡Argentinos, a vuestras cosas!>>.

En 1944, mi paisaje geoespiritual se me apareció en un poema que escribí en La Plata y con el que obtuve el primer premio en el certamen poético conmemorativo de la fundación de la ciudad capital de la provincia a la que, dicho sea de paso, José Hernández le había puesto el nombre que lleva. No recuerdo esto por el premio, sino porque Ezequiel Martínez Estrada, miembro del jurado, me dijo que yo había descubierto una veta poética y que debía ahondar en ella. No era una veta. Era una muestra modesta, humilde, del país real, auténtico y sepultado por el país importado y ficticio, inventado por el sistema liberal europeizante al que el resto de la producción participante pertenecía.

Esas dos Argentinas a las que había hecho referencia el bahiense Eduardo Mallea en Historia de una pasión argentina, a principios de 1930: una Argentina real, pero silenciada, sepultada, invisible, y otra irreal, pero visible. Es decir, la auténtica, gestada en el pueblo y en las cosas, la nacional y popular, y la irreal, importada, con todos los medios expresivos a su alcance.

Antes que Mallea, el poeta entrerriano Olegario Víctor Andrade escribió, por 1860, <<Las dos políticas>>, titulado a veces <<Los dos países>> y en 1912, el filósofo argentino Alejandro Korn se refiere con ajustado juicio a la Argentina construida idealmente sobre la realidad por el liberalismo: <<Nada más típico, aún antes de llegar a Buenos Aires, que la actitud de Sarmiento en el Ejército Grande. Afronta hasta el ridículo, convencido de realizar una obra civilizadora al reemplazar el elegante apero nacional por el arzón inglés, al usar un gabán en lugar de poncho, al rechazar con gesto airado el mate que le alcanzaba el asistente de Urquiza. Había que destruir hasta los símbolos de la mentalidad criolla y si estos detalles provocaban tanta ira ya puede imaginarse cómo en la prensa, en la tribuna, en la acción, se arremetía sin piedad contra toda reminiscencia de la época colonial. 

Esta orientación positiva impuesta a la vida del pueblo argentino tiene sus antecedentes en intereses que ya actuaron en el movimiento de su emancipación política, pero su acentuación decidida y excluyente, después de Caseros, no surge como una exigencia del alma nacional sino como una negación de ésta. Fue una imposición de sentimientos e ideales exóticos por parte de una minoría dominante; no fue el desarrollo lento y espontáneo de gérmenes orgánicos preexistentes en un proceso biológico normal. Se provocó así, de modo violento, un cambio esencial, al cual se sacrificaron las condiciones de existencia de nuestras clases populares, incapaces de adaptarse, víctimas de un verdadero naufragio étnico>>. 

Por entonces, y siguiendo los lineamientos irrenunciables de mi conciencia cultural vitalista, pensé que el gran tema –un verdadero desafío- que el país ofrecía a la poesía en 1947, de carácter épico, era el del personaje Juan Sin Ropa que aparece en el poema Santos Vega del poeta romántico nacional Rafael Obligado. Y mi poema se publicó en 1949 en poesía culta, indirecta, porque es el poeta el que canta y cuenta, y se llamó <<Ida y vuelta de Juan Sin Ropa>>, precedido por la siguiente declaración histórico-poética que tuvo numerosos ecos: <<Juan Sin Ropa es una creación literaria de don Rafael Obligado, pero creación fundada en una realidad histórica: la transformación social del país, al finalizar el pasado siglo, por la presencia de nuevas y laboriosas gentes, por la presencia del inmigrante europeo. 

En la payada célebre, Juan Sin Ropa vence a Santos Vega; es la ciencia, la técnica, el progreso imponiéndose a la tradición gauchesco-colonial. 

El querido y eterno poeta que fue don Rafael Obligado, al señalar a Juan Sin Ropa, dejó abierto el canto sobre el gran tema que ofrece a la poesía el escenario nacional de la patria. Históricamente para nosotros, Juan Sin Ropa venció sí a Santos Vega, pero lo asimiló al devenir en pueblo, en el pueblo actual del país. Está, pues, en este mundo de las cosas que nos rodean y, con ellas, en nosotros mismos. 

Mucho es lo que podríamos decir sobre los diversos aspectos de nuestro trabajo, pero…para eso está aquí el poema. Sinceramente, creemos que él dice más de lo que nosotros podríamos elucidar ahora. Si pensáramos lo contrario, claro es, no lo publicaríamos.>>

Y a manera de manifiesta poético expresaba: <<Sólo queremos agregar que este intento sustenta prácticamente nuestra íntima convicción poética. La poesía se nos descubre por aquí, por tierra adentro, como una conjugación de lo interior, de lo subjetivo con lo objetivo; está allí, formada por esas dos dimensiones; sale desde dentro mancomunada con el espíritu de la tierra. 

Si algún nuevo movimiento auténtico acusa la actual poesía argentina es el así históricamente conformado –sostenido ya por numerosa obra- y que, para nombrarlo de algún modo, quisiéramos llamar ‘adentrismo’ por su doble actitud subjetiva y geográfica>>. 

Con esto y, sobre todo, con nuestro poema, nos estábamos refiriendo, sin darnos cuenta, a la Argentina auténtica, nacional y popular, a la Argentina hernandiana como nos hizo genialmente ver, en carta que nos enviara meses después, la premio Nobel y gran poeta sudamericana Gabriela Mistral: <<…Ustedes son los nietos de José Hernández y les corresponde velar sobre su llama. Usted recibió la gracia de cumplir con él>>.

Me lo decía a mí a propósito de un poema, pero estaba señalándonos a los argentinos el camino que debíamos andar hacia la patria nacional que el Martín Fierro expresa. La misma que había destacado el coronel Juan Perón en el año 1944: <<Es simbólico para mí que con la bienvenida que termina de darme el señor comisionado de San Isidro, hayan querido obsequiarme con nuestro gran poema criollo, el Martín Fierro. Martín Fierro es el símbolo de la hora presente, José Hernández cantó las necesidades del pueblo que vive adherido a la tierra>>.

Todavía no se ha cumplido para el pueblo argentino la invocación de grandeza y de justicia que el Martín Fierro enseña. Nosotros hemos de tomar de él ese ideal ya cantado para llevarlo paulatinamente a la ejecución, a fin de que se borren para siempre los males que él cantó, <<no para mal de ninguno/ sino para bien de todos>>.

Nosotros, criollos, profundamente criollos, no tenemos otra aspiración que la de Martín Fierro. Y hemos de cumplirla con su propio consejo, haciendo lo que había dicho en los primeros versos:

<<De naides sigo el ejemplo;

nadie a dirigirme viene;

yo digo cuanto conviene

y el que en tal güella se planta,

debe cantar cuando canta

con toda la voz que tiene.>> 

Hasta aquí Perón, indudablemente él se propuso, como indudablemente lo fue, aquel criollo que anunciara Hernández:

<<Y dejó rodar la bola

que algún día ha de parar.

Tiene el gaucho que aguantar

hasta que lo trague el hoyo

o hasta que venga algún criollo

en esta tierra a mandar.>> 

En 1956, cuando había caído la Argentina nacional y popular por el golpe artero de la Argentina liberal apoyada por el imperio colonialista, me surgió la versión de Juan Sin Ropa en sextinas no gauchescas, sino populares. Entonces fue Jauretche el que lo recibió con estos versos que resumen en sus tres sextinas todo el contenido de la patria hernandiana:

<<Rumbiando por las estrellas

me ha llegado ‘Juan Sin Ropa’,

y pingo que así galopa

no ha de ser ningún sotreta:

¡entre tanto buey corneta

llegó uno entero en la tropa!

Yo ‘Los profetas del odio’

le mando pa que haga yunta

al pago de los Hernández.

Confiando en la buena junta

lo espero desde esta punta

donde estoy, pa lo que mande.

Así como Fierro y Cruz

lucharon por lo argentino

está clarito el destino

que Hernández amojonó,

mesmo aquí que en Pehuajó,

amigo don Guglielmino.>>

Por Osvaldo Guglielmino

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