PRIMERAS PUBLICACIONES DEDICADAS AL CAMPO EN ARGENTINA

Fue entre fines del siglo XVIII y principios del XIX, que el campo, gracias a la revolución industrial, comenzó a ser eficazmente tenido en cuenta como motor de la economía de los países. Y al mismo tiempo, al menos en nuestro país, empezaron a llegar a las imprentas los primeros folletos, revistas o trabajos especializados en el tema. Veamos algunos ejemplos cotidianos de lo que esboza esta introducción.

ESCRITOS AGRARIOS DEL VIRREINATO 

El viajero Calixto Bustamante Inca, más conocido por su apodo “Concoloncorvo”, trató de un personaje que en el año 1773 editó una obra llamada El Lazarillo de Ciegos Caminantes. Faltaban tres años para la creación del Virreinato, pero los datos que volcó en las páginas de su libro no hicieron más que describir las faenas de la campaña y sus habitantes, o sea, los gauchos, casi sin márgenes de error de acuerdo a lo que demostrarían los años subsiguientes, justamente, cuando ya se había instalado la administración virreinal.

De éstos no va a guardar las mejores impresiones, pero va a mencionarlos como aquellos que trabajaban en las extensas propiedades denominadas ‘gauderios’. 

El poeta y dramaturgo criollo don Manuel José de Lavardén había reunido, promediando la década de 1790, una serie apuntes que versaban, más que nada, respecto a unas novedosas “modificaciones en el trabajo de carnes y mejoramientos del ganado”. Lavardén fue ganadero y saladerista, y columnista regular del “Telégrafo Mercantil”, el periódico decano de la capital del Virreinato del Río de la Plata, del que nos ocuparemos más adelante. Se debe al espíritu de progreso de Lavardén la introducción de los primeros ovinos Merino, llegando a exportar magníficas cantidades de lanas hacia los mercados europeos.

Según parece, esos escritos sueltos de Manuel Lavardén se conservaron por varias décadas a la luz de las sombras, hasta que Juan María Gutiérrez, en 1872, reprodujo algunas partes en un trabajo que intituló Revista del Río de la Plata. Afirmaba allí, que los productos agrícolas, así como los ganaderos e industriales, podían reportar pingües ganancias al Virreinato si es que se liberaba el comercio y si se instalaban mayor cantidad de puertos en la costa marítima y el litoral fluvial.

Podría decirse, que Manuel Belgrano fue, entre los criollos, el pionero en estas cuestiones relacionadas a las economías agrícola-ganaderas y su tratamiento en el Plata, aunque no fue el único. Por su intermedio, el 1º de abril de 1801 sale a la luz el primer periódico de Buenos Aires, que se llamó “Telégrafo Mercantil, Rural, Político-Económico e Historiógrafo del Río de la Plata”, pomposo título que debe su origen al ciudadano español Francisco Antonio Cabello y Mesa.

Su título, aunque orientado más que nada a la geografía, circunscribía sus informaciones a notas de temática rural. La solicitud para la edición del “Telégrafo Mercantil” surgió del funcionario colonial Benito de la Mata Linares, el cual le escribió al virrey Gabriel de Avilés y del Fierro, el 31 de octubre de 1800, para que apruebe su publicación. En un pasaje de dicha solicitud, Mata Linares lisonja al virrey diciéndole que

“cuando [usted] proporciona la ilustración de sus Súbditos, siendo, ella, el mejor apoyo de la Religión, y Fidelidad, por más que otras plumas delicadas hayan querido sostener, a fuerza de ingenio, y travesura la opinión contraria; siempre será útil, y agradable el conocer los objetos de que estamos rodeados, y que tocamos continuamente con mano incierta los datos de nuestro Comercio activo, y pasivo, el estado de nuestra Minería, de nuestra Agricultura, y Pesca. Estas ideas, y objetos bien combinados, y explicados, deben ser interesantes a todo buen Patriota…”[1] 

En el número 18 del “Telégrafo Mercantil”, se hace una ponderación hacia los labradores, de cuyo bienestar, dice, dependerá la salud de un Estado determinado. De allí, sostiene el diario, que la labor de los que labran la tierra “es la única riqueza firme y permanente, pues nada más insubsistente y precario que el depender y hacer consistir la opulencia en otro principio que el de la agricultura”. Y prosigue enumerando las virtudes de la vida en la campaña, como cuando se señala que “el dichoso habitador de la Campaña reposa tranquilamente sobre la almohada del sosiego”. El especulador o el usurero, agrega, “es arruinado en la agitación de sus vigilias”, y contrapone a dicha locura la apacible vida al aire libre del labrador, si bien considera que una tormenta, una guerra inesperada o una mala cosecha pueden desanimarlo, mas no flaqueando nunca su espíritu desde que piensa en el “único tesoro que posee”, como ser la familia a quien tiene que atender en sus “socorros y fomentos”.

LA AGRICULTURA EN BELGRANO, VIEYTES Y MORENO

Antes del grito de Mayo, entre los años 1802 y 1807, aparecería, de la mano de Hipólito Vieytes, otra publicación que, entre varios asuntos, trataría temas dedicados a la agricultura. Hablamos del “Semanario de Agricultura, Industria y Comercio”.

El creador de la enseña patria, Manuel Belgrano, ya hablaba de la prosperidad que traía consigo el ejercicio de la agricultura a través de las páginas del “Correo de Comercio”, en donde, además, hacía una profunda defensa de los labradores de la campaña, dado que éstos manifestaban “sus desgracias en la prohibición de exportar sus productos”.[2] Para ello, los labradores solicitaron a las autoridades virreinales, sin mayores resultados, la apertura del puerto para tal fin, instancia que llegaría luego de 1810.

Basándose en algunos conceptos de la doctrina francesa fisiocrática[3], Belgrano estribaba sus comentarios sobre el trabajo rural y la importancia en las mejoras sociales de los campesinos, como ser el fomento de ciertos cultivos por orden de la Corona española hacia sus territorios de ultramar, o sino las modificaciones que había que hacer, para bien, de las formas de recoger las cosechas.

En sintonía con Belgrano, el 30 de septiembre de 1809 salió a la luz un documento que se llamó Representación de los Labradores y Hacendados de la banda oriental y occidental del Río de la Plata. Lo incluimos en este trabajo, por cuanto, sin ser un periódico o revista, se trató, en cambio, de uno de los primeros documentos con ciertos principios rectores de lo que convenía para los trabajadores de la campaña.

Así, pues, en concordancia con los tiempos, Mariano Moreno, mentor del documento, bregaba por la apertura de nuestros puertos a las manufacturas inglesas, desdeñando cualquier consecuencia perjudicial para las arcas del Virreinato y futuro país soberano. La premisa era, por consiguiente, la instauración de la libertad de comercio, principio rector del liberalismo que la historia ha demostrado no haber sido tan beneficioso para la economía nacional.

Moreno argumentaba que, al dejarse entrar los productos manufacturados de la Pérfida Albión, mejores en calidad que los de nuestra incipiente industria, esta situación iba a generar la reacción nativa al punto tal de mejorar nuestra producción local y, de ese modo, competir de igual a igual con las importaciones. La realidad fue, por el contrario, que “los verdaderos beneficiados del nuevo régimen eran los comerciantes ingleses que rondaban el puerto de Buenos Aires”.[4] Por curioso, o no, que parezca, el libre comercio en el Plata quedó instaurado recién el 19 de mayo de 1810, a sólo seis días de la mentada Revolución.

GRIGERA Y SU “MANUAL DE AGRICULTURA” 

El esmerado labrador de quintas del Buenos Aires viejo, don Tomás Manuel Grigera, será el primer criollo en escribir un tratado referido exclusivamente a la agricultura. Lo hizo en 1819, habiendo dedicado su vida a la labranza en diferentes chacras que poseía en lo que hoy es Lomas de Zamora y en el Partido de Magdalena, ambas zonas dentro de la Provincia de Buenos Aires.

Este progresista, a quien la memoria histórica ubica como uno de los máximos protagonistas de la Revolución de los Orilleros Porteños del 5 y 6 de abril de 1811, fue Alcalde de Barrio y, con fecha 17 de octubre de 1815, nombrado Tasador Público de Quintas y Chacras, designación que le tocó en suerte por designación del desaparecido Cabildo capitalino.

Tomás Grigera (1753-1829). En su época fue llamado con el alias de “Alcalde de las Quintas” o “Caudillo de los Quinteros” por su ascendente entre los orilleros de la campaña más próxima al viejo Buenos Aires.

Trabajó infatigablemente todas las parcelas de que era dueño, como las “tierras realengas en la Magdalena”, el “tercio de manzana en la zona de [plaza] Miserere” y las que poseía en Lomas de Zamora desde el año 1801, heredad que había pertenecido, y que dejó en herencia, el capitán don Juan de Zamora en los años de 1730. Fue el punto de partida para la conformación futura del ejido de esa localidad bonaerense.

Su “Manual de Agricultura”, que editó a través de la Imprenta de la Independencia en 1819, resulta ser una fuente genuina que está escrita por un auténtico trabajador rural. En la portada misma, se añadía el siguiente texto a la obra:

“Contiene un resumen práctico para cada uno de los doce meses del año. Útil para labradores principiantes. Su autor el Americano TOMAS GRIGERA, labrador en los suburbios de la Capital de las Provincias-Unidas de Sud-América, quien lo dedica al Excmo. Señor D. Juan Martín de Pueyrredón Director Supremo del Estado, y Brigadier General de los ejércitos de la Patria.” 

Es más, el primer ejemplar se lo obsequió a Pueyrredón junto con una carta en la cual sacaba a relucir el orgullo que sentía de ser un hombre que trabajaba la tierra: “La ofrenda sale de manos de un labrador sin principios ni otros estudios que los de la práctica adquirida por un trabajo material desde la infancia. Parte a las de V. E., desde el retiro a que me condujo el destino…”  

Se advierten en esas palabras el verdadero significado de lo que es la cultura, una de cuyas acepciones deriva del concepto ‘cultivo’. Quien trabaja la tierra lo hace para transformar el medio en el que vive, servirse del mismo y progresar en su devenir. Y también vemos que Grigera se sabe un ciudadano que ha parido, prácticamente, las duras faenas de la ruralidad “desde la infancia”, lo que lo vuelve un hombre de insobornables principios. Como sostiene Mario Serrano, al sugerirle Grigera a Pueyrredón que está en un retiro “que me condujo el destino” se refiere, claro, a su magra condición de exiliado político, situación que le impedía regresar a Buenos Aires por saavedrista y por haber sido separado de la Junta Grande su amigo Joaquín Campana. Otra consecuencia de ello, fue la quita de su cargo como Alcalde de Barrio.

Guarda cierta esperanza Grigera en quienes, tomando sus modestas enseñanzas de labranza, contribuyan al progreso y perfeccionamiento del “precioso ramo de la agricultura con utilidad de la Provincia de Buenos Aires, y de las demás de la nación de Sud-América a que pertenece”, afirma.

Advierte, que “La vida de las plantas, la abundancia de frutos, su sanidad y hermosura dependen de la preparación de las tierras”, y más adelante va a detallar, mes por mes, el tipo de frutas y verduras más apropiado para su cultivo y cosecha. Por la puntillosidad de la información que propina, don Tomás Grigera tenía vastos conocimientos que hacen de su obra un gran antecedente. Quizás, de allí se explican las sucesivas reediciones de este Manual de Agricultura, la primera de las cuales tuvo lugar en 1831, la siguiente en 1854[5] y la cuarta y última edición fue publicada en Rosario dos años más tarde. Además, fue el prestigioso botánico francés, Aimé Bonpland, quien le dio el visto bueno a Pueyrredón para la publicación del Manual de Grigera, lo que suma importancia al documento. Los Hermanos de la Santa Hermandad hicieron el resto: habiendo adquirido 72 volúmenes del folleto, los distribuyeron entre los hortelanos y labradores de las afueras de Buenos Aires.

Concluimos esta nota, diciendo que en la actualidad existen, al menos públicamente, sólo dos ejemplares originales del Manual de Agricultura, uno en el copioso archivo del Museo Mitre de Buenos Aires, y el otro en los estantes de la biblioteca de la Sociedad Rural Argentina (SRA), también en la ciudad capital.

Por Gabriel O. Turone

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Imagen de portada: Grabado “El saladero”, de Juan León Pallière, obra reproducida en un trabajo que compilaba los grabados, acuarelas y grabados del retratista bajo el título Álbum Palliere. Escenas Americanas, editado por la casa de los Sres. Fusoni Hnos., calle de Cangallo 99, Buenos Aires, 1864.

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Bibliografía:

* “Telégrafo Mercantil, Rural, Político-Económico e Historiógrafo del Río de la Plata. (1801-1802)”, Tomo VI, Biblioteca de la Junta de Historia y Numismática Americana, Compañía Sud-Americana de Billetes de Banco, Buenos Aires, 1914.

* Martire, Eduardo y Tau Anzoátegui, Víctor. “Manual de historia de las instituciones argentinas”, Ediciones Macchi, Buenos Aires, 1975.

* Molinari, Ricardo Luis. “Biografía de la Pampa. 4 Siglos de Historia el Campo Argentino”, Ediciones de Arte Gaglianone, 1987.

* Serrano, Mario Arturo. “Cómo fue la Revolución de los Orilleros Porteños”, Editorial Plus Ultra, 1972.

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Referencias:

[1] Este periódico cesó el 17 de octubre de 1802, en su edición Nº 110.

[2] “Manual de historia de las instituciones argentinas”, de Víctor Tau Anzoátegui y Eduardo Martire, Ediciones Macchi, Buenos Aires, 1975, página 192.

[3] En ella, se ponderaba el rol del agricultor y de la tierra como una de las máximas fuentes de riqueza de una nación, dejando en un segundo plano de importancia al intercambio comercial y su acumulación de bienes.

[4] “Manual de historia de las instituciones argentinas”, de Víctor Tau Anzoátegui y Eduardo Martire, Ediciones Macchi, Buenos Aires, 1975, página 206.

[5] Esta edición, la tercera, venía con un apéndice referido a árboles frutales.

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