MUSEO HISTORICO REGIONAL “EGISTO RATTI” DE NECOCHEA

Aprovechando el período vacacional, me arrimé una tarde al Museo Histórico Regional “Egisto Ratti” de la localidad de Necochea, en la provincia de Buenos Aires. Ubicado dentro del Parque “Miguel Lillo” y de la Villa Balnearia, el museo funciona en una antigua casona que está inmersa en un paisaje en el que conviven numerosas especies arbóreas típicas de la balnearia región.

La edificación se levantó promediando la década de 1920, y sirvió como morada de los descendientes del general Eustoquio Díaz Vélez, quien fuera por la década de 1820 uno de los mayores hacendados de la provincia.[1] El militar tuvo varias estancias, entre ellas la que se denominó Ea. Médanos Blancos que estaba situada al sur del río Quequén Grande, actual Partido de Necochea.[2] El establecimiento tomó significativa notoriedad, dado que del mismo salieron incontables reses que sirvieron, en tiempos de la Campaña al Desierto emprendida por Rosas en 1833, para alimentar a las tropas. Así fue acrecentando su fortuna y prestigio el general Díaz Vélez, cualidades que mantuvo hasta el final de sus días.

EL MUSEO

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El Museo Histórico Regional necochense posee un marcado estilo colonial con, al menos, siete habitaciones y un patio central con aljibe. También posee típicas galerías en ambos costados de la edificación, y todo circundado por un parque prolijamente arreglado. Sobre el sector izquierdo del museo, que es, para todo aquel que lo visita, su punto de partida, sobresale un busto de 3/4 de perfil de Ángel Ignacio Murga, fundador, a la sazón, de la ciudad de Necochea el 12 de octubre de 1881. Vale decir, que Murga fue un conspicuo miembro de la Masonería Argentina, y que bajo los principios del proclamado “Gran Arquitecto del Universo” fundaron lo que hoy es Necochea.[3]

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De hecho, el museo cuenta con un sector dedicado a dicha orden internacional, en donde se exhiben documentos, medallas, diplomas y mandiles –uno de ellos, el utilizado en vida por Ángel Murga-. También hay varios elementos que aluden a la Antigua y Respetable Logia “Sol Argentino Nº 160” del Valle de Necochea, creada por la mencionada personalidad.

De todas maneras, si bien los inicios de la ciudad de Necochea se remontan a 1881, no se omite referenciar que la zona donde hoy está el puerto de Quequén ya aparece mencionada en documentos relativos a los años en que gobernaba Juan Manuel de Rosas. Así, pues, hay en un sector una gigantografía que contiene el fragmento de una carta de 1842, en la que la viuda de un extinto hacendado de la zona –don Ramón Guerrero- decide vender las antiguas posesiones de su marido y dejar en libertad a los esclavos que le servían. Esto sucedía en una estancia situada sobre las márgenes del río Quequén durante la Federación.[4]

Como toda zona que fue forjada por trabajadores rurales y asolada por malones de indios, no faltan en sus vitrinas elementos tales como tuzadoras, frenos de caballos, boleadoras talladas en piedra, facones, estribos, maneas, puntas de flecha y ataderas de bota de potro, la mayoría de los cuales son de la primera mitad del siglo XIX. Puede apreciarse, para el caso, una réplica muy bien lograda de “uno de los primeros arados de acero autolimpieza fabricados en el mundo por el herrero John Deere” en Illinois, Estados Unidos, en 1837.

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Dos mapas ubicados en una de las habitaciones, uno de 1864 y otro de 1890, permiten visualizar quiénes eran los primeros dueños de las tierras que hoy conforman la ciudad y el Partido de Necochea. Por ejemplo, en el “Registro Gráfico de las propiedades rurales de la Provincia de Buenos Aires” de 1864 dice “Testamentaria de Eustoquio Díaz Vélez” en la zona donde ahora yace el casco urbano de la pujante localidad costera. Adyacentes a aquella familia, figuran otros nombres de propietarios tales como Victorio de la Canal, Manuel José Cobo, Antonio Olivera, Cosme Puyol, Nicanor Olivera, Federico Tobal, Juan y Celestino Arce, Julián Dupui, Pedro Rodríguez y Francisco Madero, entre varios más.

Por su parte, y a diferencia del anterior, el “Plano Rural” mandado hacer por el Departamento Topográfico bonaerense en 1890 muestra diferentes familias propietarias, las que se suman a otras que ya eran mencionadas en el registro de 1864: Eustoquio Díaz Vélez, herederos de Manuel Guerrico, Carmen Díaz Vélez de Cano, Francisco Bosch, Manuela Egaña, Celina Egaña, Carlos Darregueira, Amadeo Muñoz, Cipriano Reinoso, Augusto Pieres, Pedro Iturralde, Ramón Santamarina, José Anasagasti, etc., etc. La información que arrojan estos trabajos cartográficos es valiosa y esclarecedora, por cuanto permiten ver la evolución de los dueños o propietarios de las tierras de Necochea y demás regiones de la costa atlántica argentina.

Detalle del Registro Gráfico de las propiedades rurales de la Provincia de Buenos Aires, sector Necochea y alrededores, 1864.

En marzo de 1876 Necochea sufrió un terrible malón liderado por Manuel Namuncurá, y como testimonio de aquellos indios que hicieron temblar los campos y los medanales de la zona, el museo preserva, cual reliquia, una faja mapuche tejida a telar que fue utilizada por el cacique Cuyaqueo de Icalma (Chile), partícipe de aquel histórico suceso.

Otras referencias que despertaron mi interés, han sido los datos revelados durante el Primer Censo Nacional de 1869 respecto de la población existente en el Partido de Necochea[5], que dio una población total de 1129 habitantes. De éstos, la mayoría eran hombres que se empleaban como jornaleros, peones, ganaderos, agricultores y comerciantes, características faenas de la vida rural de aquellos tiempos. Además, la exactitud de los datos del número de habitantes fue obra del juez de Paz de Necochea, el cual encomendó a los Alcaldes y Tenientes Alcaldes de los cuatro Cuarteles en que se dividía el Partido a que hagan los relevamientos correspondientes en las viviendas de su jurisdicción.

Plano Rural del año 1890, con los nombres de los propietarios de la ciudad de Necochea.

También las Guardias Nacionales están presentes en la primera parte del recorrido por el Museo Histórico Regional de Necochea, pues han sido aquéllas las que preservaron la paz endeble de estos parajes asediados por los malones de indios araucanos. E incluso, se preserva y exhibe en muy buen estado la bandera del Batallón 1º de Guardias Nacionales de Necochea, la cual fue “entregada en custodia a la Municipalidad por los capitanes Ángel Pongibobe, Fernando González Quiroga y Domingo C. Sintas y el sargento mayor Eduardo Botto, y recibida según acta del Honorable Consejo Deliberante del día 3 de julio de 1897”, reza una placa de bronce que pertenece al mueble que guarda la pieza.

De modo somero, he tratado de describir hasta aquí el contenido de los tres primeros salones del Museo Histórico Regional de Necochea, en donde sobresalen, como se ha dicho, los rasgos aborígenes, gauchescos, militares y masónicos de la región. Los otros espacios están dedicados a las modas de la oligarquía que imperaba en la Necochea de principios del siglo XX y al rescate de su tradición marítima.

EL REFINAMIENTO Y EL MAR

Envalentonada por las modas francesas de fines del siglo XIX y principios del siguiente, la ciudad de Necochea vivió inmersa en las costumbres que hicieron de sus playas lugares ideales para el retiro de familias acaudaladas que gustaban de finura y elegancia en el vestir. Por eso, buena parte de la otra mitad del recorrido del museo se encarga de reflejar el sofisticado estilo de vida de los necochenses en los años de la Belle Epoque.

Un aspecto de los interiores del Museo Histórico Regional “Egisto Ratti” de Necochea.

Varias de las vitrinas despliegan productos de tocador antiguos, al igual que baldes enlozados con diseños floreados y peines, cepillos y utensilios con mangos de plata y alpaca para el aseo, todos provenientes de Europa. Asimismo, la población femenina de la alta sociedad necochense se caracterizó por el empleo del abanico, “instrumento de comunicación de las mujeres en ámbitos sociales” que hasta llegó a tener, de acuerdo a la posición de las manos y la parte del rostro que cubrían, un léxico secreto que apenas sí fue divulgado entre las gentes de abolengo. Así, una cartelera indica que cuando una mujer apoyaba su abanico sobre los labios, ello quería decir que deseaba ser besada. O cuando el abanico se agitaba con lentitud significaba que la fémina estaba casada. Veinticuatro posturas como esas llegaron a configurar las mujeres ricas de las familias oligárquicas de Necochea con los abanicos importados.

Hay un sector dedicado a los sombreros de distinto tipo, que, como los exhibidos, “son representativos de los cambios en la moda durante las primeras décadas del S. XX”, pues “En ese lapso se simplificaron las líneas de diseño y el material, los rasos, el terciopelo, el armiño, adornados con plumas y piedras en algunos casos (que) dieron lugar a textiles como el fieltro y la rafia”, se lee en otra cartelería del lugar. En las primeras décadas del siglo XX, fueron comunes entre el público femenino las capelinas de ala ancha, casi siempre visualizadas en los paseos por las ramblas de las ciudades costeras como Necochea.

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A su vez, una serie de maniquíes visten trajes de terciopelo que fueron donados por la señora Ángela Isla y que datan del 1890. Hay también un guardapolvo de seda cruda que era el que llevaban los estudiantes en los colegios normales del período aludido. Por otra parte, un salón entero está cubierto por el mobiliario que el rico hacendado José Anasagasti tenía en su Ea. La Independencia, en el Partido de Navarro, provincia de Buenos Aires. Anasagasti, para el caso, también tuvo posesiones en las cercanías de Necochea en las postrimerías del siglo XIX, tal como queda expresado en el “Plano Rural” realizado en 1890.

Las paredes del museo no omiten las fotografías sepia de los increíbles hoteles –hoy tirados abajo o abandonados- que ayer embellecían la costanera y calles de la ciudad. Un salón, por ejemplo, deja ver postales del 1900 que los veraneantes les enviaban a sus parientes desde Necochea, y otra vitrina evidencia los cubiertos, las vajillas y los pocillos que tenían esos hoteles de grandiosa arquitectura. Y como una nota de color, puede leerse el “Reglamento Para el Uso de las Playas” que se aprobó en el año 1930 “por el Sr. Juez de la Provincia, de acuerdo al Expte. 6-4544”, en cuyo artículo 2 expresa que “El público deberá observar la mayor corrección y compostura en su lenguaje y modales, evitando en toda forma molestar a otros concurrentes. – Queda prohibido adoptar posturas inconvenientes e indecorosas. – Etc.”.

Muebles pertenecientes a don José Anasagasti, antiguo hacendado y vecino de Necochea.

Como no podía ser de otra manera, un sector del museo guarda objetos y uniformes relacionados a la intensa actividad marítima de Necochea. Precisamente, la Sala “Guillermo Brown”, que hace unos pocos años atrás fue “restaurada y ambientada por el Suboficial Mayor Alejandro Bora, personal del Faro Quequén y el Sr. Celso Troncoso”, custodia cuadros del padre de la Armada Argentina, así como trofeos y banderines de asociaciones navales, un cañón sin retroceso de calibre 75 mm., un uniforme histórico de oficial de Marina –con tres gorros, uno de visera y restantes bicornios- y un antiguo equipo de buzo. Para mejor ilustrar a este último, en la sala se conserva un mural que no es, sino, una imagen fotográfica obtenida el 14 de abril de 1923 en Puerto Quequén, en el que se pueden apreciar los trabajos realizados por el buzo S. Parasco y su equipo.

Asimismo, en el inventario del museo yace un regulador de aire de finales del siglo XIX que funcionaba mediante un “depósito de aire alimentado por una bomba desde la superficie, pues la industria de la época no podía construir recipientes capaces de soportar una presión superior a 30 kg/cm2”, se puede leer en una referencia explicativa del armatoste.

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De esta forma, rememorando la tradición marinera de los pagos de Necochea, se cierra el circuito que recorre todo aquel que, como yo, visita el Museo Histórico Regional “Egisto Ratti”, institución que comenzó a funcionar en el año 1981, y que cobija, desde el 2005, al Archivo Histórico de la ciudad. Finalizo la nota, mencionando a dos de los responsables del museo, cuyos nombres se los he pedido expresamente para agradecerles la atención y la cordialidad que me dispensaron en algún momento del recorrido. Ellos son Marina Giordano y Emilio Roo. Espero haber hecho justicia.

Por Gabriel O. Turone


[1] El general Eustoquio Antonio Díaz Vélez (1782-1856) fue un Héroe de la guerra de la Independencia que se puso a las órdenes de Belgrano y San Martín, y anteriormente bajo la jefatura de Cornelio de Saavedra en la Legión de Patricios Voluntarios Urbanos de Buenos Aires, lo que vale decir, el actual Regimiento de Infantería I ‘ Patricios’. Fue juez de Paz de Chascomús nombrado por el coronel Manuel Dorrego. En tiempos de unitarios y federales, Díaz Vélez trató de mantener una actitud dialoguista entre las partes, aunque luego flaqueó para el bando unitario, lo que le costó el exilio.

[2] Díaz Vélez fue uno de los 538 propietarios que se quedaron con cerca de 9 millones de hectáreas en 1826, tras la sanción de la Ley de Enfiteusis sancionada por Bernardino Rivadavia.

[3] Dice Alcibíades Lappas, que Murga “fundó la actual ciudad de Necochea, bajo la advocación del G.A.D.U. y en forma masónica”.

[4] El explorador y comerciante William Mac Cann, que hubo de recorrer grandes extensiones de nuestro país entre 1842 y 1845, anotó en su obra Viaje a caballo por las provincias argentinas (Ediciones Solar/Hachette, 1969), lo que sigue: “Hubiera podido llegar hasta el Atlántico, en las cercanías de Quequén, donde están las últimas estancias del sur y de allí pasar a la frontera del oeste, siguiendo luego al norte, hasta el límite de Santa Fe, pero tal recorrido me habría significado un circuito de dos mil millas”.

[5] El Partido de Necochea –no la ciudad- se creó en el año 1865.

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